Escribidor
La fuente de los deseos
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Nietzsche Guevara - Revolucionario Bohemio
Jibarismo a lo Grondona
Ayer escuché la guarangada más grande, de boca de un dinosaurio nefasto como Mariano Grondona. En el cierre de su programa, en el marco de una reflexión tísica y discapacitada, haciendo gala crítica y felicitando a su querido diario
Este alfeñique del periodismo, que junto a Bernardo Neustadt ha formado el nazi-onalismo reaccionario argentino, nos quiere dejar una hermosa moraleja en estas reflexiones enchapadas en hojalata: Que nadie se meta con las “instituciones” que más daño le han hecho al país y a la humanidad. Tienen sobre sí la experiencia que da el tiempo como para que dos seres efímeros como los Kirchner les haga daño o les dé muerte.
Cierto que grupos como Clarín o
Pero este traficante de ideas de mala calidad, se olvida de apuntar que los Kirchner son parte de este conglomerado de traidores malolientes, que sus discursos revolucionarios y sus envestidas contra los grandes grupos oligopólicos, son dramatizaciones baratas dignas de ser analizadas en el programa de Jorge Rial.
Y como broche de oro, antes de despedirse, nos deja una esperanza de brillantina importada diciendo: “ya seremos un país como Chile, o como Brasil”. Que no se le vaya a ocurrir decir que seamos un país verdaderamente argentino.
Que cipayo estúpido.
Nietzsche Guevara - Revolucionario Bohemio
¿Tanto cuesta entender que siempre existió la homosexualidad? Nada más natural que la inclinación homosexual. No podemos seguir tolerando estas actitudes conservadoras y reaccionarias enquistadas en la política, alucinada todavía por el falo de dios padre. Justamente la institución más retorcida y promiscua se horroriza ante la idea de la unión de dos personas del mismo sexo poniendo los ojos en blanco y repitiendo que eso no es natural. Evidentemente es la institución más amenazada por el avance del matrimonio homosexual, muchos abandonarían la clandestinidad del celibato…
El oportunismo político, en cambio, apoya a los homosexuales con discursos jurídicos que empalaga de buenas intenciones. El derecho y la igualdad. Otra vez el jibarismo teórico del sentido común: la nivelación, el ser humano standard. Todos somos iguales, todos debemos tener las mismas oportunidades. ¿Y que hacemos con las diferencias sexuales? ¿Y con las coincidencias sexuales? ¿Y con los oportunos cuando no hay oportunidades para todos?
Parece que cuando no hay ganas de pensar, de tener en cuenta las diferencias, que es lo que nos permite pensar, entonces se recurre a la abstracción niveladora; todo es lo mismo, entonces todos tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones. Esa vagancia intelectual y falta de respeto a la inteligencia, convierte un importante desafío político, social y humano, en una polémica de bar de hace cincuenta años.
Todavía nos quieren convencer de que somos un país católico apostólico romano. Que la iglesia influye en la política porque el pueblo es religioso y necesita de su cuidado. Esta mafia de dios no quiere saber nada con aflojar los clavos de la cruz. El dogma debe seguir bien clavado en los cerebros fritos y las voluntades tísicas, postrados ante el poder del falo divino. Estos sepulcros blanqueados que determinan qué es lo natural y lo antinatural, son la expresión y la evidencia más lamentable de nuestra historia. El lobo disfrazado de cordero. Son los grandes envenenadores del alma. Ya no tienen máscaras que ponerse que la del abusador de cualquier índole. Y sentados en el falo de dios acusan con su dedo a los que se ríen del todopoderoso. Cuanta concupiscencia con lo peor del poder. ¡Y todavía se los sigue escuchando!
Igualdad para todos, repite la tilinguería. ¿Pero qué pasa cuando se pide igualdad para algo que no es lo mismo? ¿Por qué borrar las diferencias? Algo se esconde detrás de ese discurso gris del humanismo, ese monologuismo hermafrodita que no se ajusta a ninguna realidad sino que intenta encorsetar a la realidad en teoría de un solo talle. El humanismo nunca solucionó nada, más bien atenta contra las oportunidades políticas de cada región, al deformar la condición humana con derechos universales que se fundan en la esencia eterna e inalienable del ser humano, alterando la realidad social, destruyendo las diferencias entre los hombres, los pueblos, y sus medios de subsistencia, para crear las condiciones necesarias de una globalización de autómatas standard.
Las diferencias existen, y hay que respetarlas. Para respetarlas hay que pensar esas diferencias, y legislar consecuentemente. No es lo mismo un matrimonio entre hombre y mujer que entre dos hombres o dos mujeres. Que nadie nos engañe en este punto. No es ni bueno ni malo. Es distinto. Cuando se dice: “Hay que respetar las diferencias”, y se nivela con las mismas leyes y derechos, entonces no se respetan las diferencias, no se tiene en cuenta al otro, no se piensa, no les importa. El CHA tendría que tener muy presente estas cuestiones porque son fundamentales. Hay una sensibilidad muy rara con respecto a las diferencias porque en seguida se tacha de discriminatorio. Ojo con el alucinógeno conceptual, no pensar en las diferencias es discriminar, es no tener en cuenta lo esencial y meter todo en la misma bolsa y por el mismo precio. La sociedad argentina en particular tiene una gran deuda con este tema, pero tiene que ser pensado y bien planteado, no estamos hablando de cualquier cosa, estamos hablando de personas que van a formar una familia, que van a poder adoptar hijos, que van a poder heredar, que van a tener beneficios sociales. Esto es lo que está implicado en todo este asunto y de lo que nadie habla. Este es el punto central de la cuestión, no si está bien este tipo de unión, si es natural o no, si es una enfermedado una desviación, si atenta contra la institución de la familia como manifiesta la iglesia. Esas polémicas dejémoselas a las viejas del barrio o a los curas histéricos que temen por eso reprimido que los tensiona.
Acá hay una cuestión política que tiene costos sociales, y también políticos. Nadie se quiere llevar mal con la iglesia. Ya se sabe que sienten debilidad por los golpes de estado y la mano dura. Se está librando una batalla. Es una buena oportunidad para meterle una patada en el culo a esta ignominia religiosa que nunca en toda su historia hizo nada bueno por la humanidad.
Nietzsche Guevara - Revolucionario Bohemio
Lobo dónde estás
Mi tolerancia ya se arrastra por el piso, como una sombra. Me da miedo. Los argentinos estamos crispados. Llenos de un odio intestino alimentado y asistido por los profetas del odio. Estamos a pasos de una guerra que va a ganar el enemigo sin tirar un solo tiro. ¿Quién es el enemigo? Tengo miedo. ¿De quién? Miedo a la inseguridad. Pero no es ese miedo barato de que me roben, ese miedo egoísta, acrítico e insensible. No le tengo miedo a los pobres o a los que portan el estigma del estereotipo de ladrón, porque ellos jamás le hicieron mal al país, y cuando hacen algún mal no adquieren las consecuencias devastadoras de una política neoliberal o un decreto de necesidad y urgencia. No le tengo miedo a un enemigo inventado por los medios de comunicación y los grandes grupos de poder para distraer al pueblo en las menudencias cotidianas.
Le tengo miedo a esas marchas del odio pidiendo seguridad, mano dura, más policía, más represión, pena de muerte, imputabilidad a cualquier edad, y otras sandeces del medio pelo argentino. Tengo miedo que un día me maten y hagan una marcha en mi nombre pidiendo justicia y seguridad, para justificar la necesidad de una política falaz y reaccionaria. Que nadie jamás use mi nombre en vano ni manche mi memoria con un proselitismo tan absurdo y contrario a lo que yo pienso y siento. Esa es la triste pasión que hoy me mueve a escribir: ese miedo a la inseguridad tan contrapuesto a ese otro miedo a la inseguridad. Miedo consciente, que es más una risa burlona.
Nos quieren convencer que la inseguridad es el gran problema de nuestro país. ¿Por qué nadie hace marchas contra el hambre o la desnutrición? Nadie le tiene miedo a los políticos inescrupulosos, o a esas caras conocidas que vuelven a la política una y otra vez para vaciar el país. ¿Por qué pensamos que la impunidad es algo exclusivo de políticos y empresarios? Tampoco hay campañas masivas por leyes que impidan el robo sinvergüenza que significan los márgenes de ganancia de las empresas privadas o las astronómicas tasas de interés de los bancos, que nunca pierden nada en las grandes crisis. ¿Por qué tanta hipocresía disfrazada de sensibilidad social?
Somos como esos esclavos que piden cadenas más pesadas y candados más seguros. Mejor que el amo nos tenga bien en raya antes que cualquier motín anárquico se desencadene, y vaya uno a saber en qué termina y qué intereses va a perjudicar. Es la sociedad televisada la que clama por más seguridad. Como dice el poeta argentino: “Reos de la propiedad / los esclavos políticos.” Que sabiduría tan simple y directa. ¿Son los pobres, los desamparados, los indigentes, los marginados, los millonarios, los políticos, los que piden seguridad? ¿O la clase media que tiene miedo a perder lo poco que tiene y que tiende siempre a tener más de lo que puede? Como se cae la máscara cuando se rasca un poquito su superficie, como queda al descubierto ese cosmético barato de buena reputación que se dan los que ganan honradamente todo lo que tienen. Oigan bien esto, jíbaros del sentido común: el trabajo no nos hace honrados ni dignos de nada. Huyamos de esos alucinógenos conceptuales. No hay nada más indigno que dejarse explotar y expoliar por capitales extranjeros, nada que rebaje más nuestro sentido del honor que dejarse llevar de las narices por los profetas del odio que vomitan sus mentiras y zonceras por radio y televisión.
El enemigo no tiene pistolas ni nos va a asaltar en la noche. Está agazapado en el anonimato. Y gana cuando el medio pelo argentino sale a defender, en detrimento suyo, los intereses de aquellos que solo cuidan sus altos márgenes de ganancia y un modelo de país agroexportador. Una interesante variante del síndrome de Estocolmo.
Cuando se pide más seguridad los políticos abren las cajas presupuestarias y legitiman el manejo de fondos de millones de dólares; se firman acuerdos comerciales, se pactan licitaciones, se compran tecnologías extranjeras, equipos logísticos, patrullas, helicópteros, armas, cámaras; nuevos juzgados, ministerios, secretarios; nuevas cárceles, menos escuelas, menos maestros, más ignorancia que cree saber; menos políticas de acción y más de reacción. Ya hemos vivido la época del gatillo fácil, sabemos de la connivencia de policías y ladrones, de zonas liberadas, de secuestros operados por bandas de comisarios, de periodistas muertos por sacar fotos comprometedoras o denunciar la traición a la patria. ¿Eso es seguro para nuestra seguridad? Es como que las ovejas le exijan al pastor que ponga al lobo a cuidar el rebaño. En fin, una estupidez total.
Ahora yo me pregunto: ¿La seguridad, se puede pedir?
Nietzsche Guevara - Revolucionario Bohemio
Primer punto: los máximos responsables de estos crímenes son los militares de la junta y todos aquellos que participaron del plan de exterminio y limpieza ideológica. Hoy en día no hay duda de que esto es así, pero si nos preguntamos por qué esto se llevó a cabo, podemos ir más lejos. Este plan sistemático no nació de la noche a la mañana, y según fuentes serias esto venía gestándose hacía más de un año antes del golpe. Pero ¿por qué? Pocos recuerdan hoy el Plan Condor, que nucleó a todos los máximos jerarcas militares de Latinoamérica para declararle la guerra a la amenaza comunista que se extendía rápidamente por las américas. El Pentágono y la CIA adiestrando en torturas y asesinatos a aquellos que en realidad nos tendrían que haber defendido de estos asesinos sin escrúpulos. El Canibalismo Financiero, de la mano de políticas neoliberales para países subdesarrollados (obvio), fueron el gran motor de este plan sistemático a gran escala que desencadenó el vergonzoso genocidio que tiñó de sangre a toda América (menos la del norte). Memoria sesgada, mutilada, desaparecida también. Somos víctimas de esta falta de memoria que no nos permite entender el encarnecido odio que llevó a los argentinos a matarse entre sí para que se los terminaran de devorar los de afuera.
Punto dos: con el tiempo se ha creado un estereotipo de los treinta mil desaparecidos, estos fueron montoneros, militantes peronistas, gremialistas o guerrilleros tira bombas. No puedo hablar de porcentajes porque lo ignoro, pero está claro que una gran parte de los desaparecidos no pertenecían a estos grupos, sino que eran personas verdaderamente capacitadas por una conciencia nacional para sentar las bases de un verdadero cambio político en nuestro país. Y nada más peligroso para el canibalismo financiero que una revolución política en una colonia del tercer mundo. Nada más lejos de la verdad que pensar que las personas desaparecidas eran enemigos de los militares asesinos si tenemos en cuenta que esta fuerza de cambio nace en plena democracia, o mejor dicho, antes del golpe de estado. Nada me revuelve más el estómago que escuchar a aquellos que usan el nombre de los desaparecidos para defender la causa democrática, como si ellos hubieran sacrificado sus vidas por este sistema de gobierno. Eso es ensuciar la memoria, bastardearla, tergiversarla. Incluso las madres han salido a defender esta democracia de cuarta en nombre de sus hijos muertos, que en realidad estaban luchando por cambiar estas formas de la corrupción y la decadencia social, no de consolidarlas. No sólo creían posible una nueva política, sino que estaban profundamente comprometidos con llevarla a cabo, terminando con la política del clientelismo y la avaricia insensible. La historia oficial sigue haciendo fuerza para que quede grabado en la memoria social que los desaparecidos lucharon por la democracia, por este tipo de forma de gobierno. Memoria mentirosa, profanadora.
Tercero: el advenimiento de la democracia en el 83 parecía marcar una diferencia y una esperanza real. Juicio y castigo, conciencia tranquila, todos en paz. Hubo juicio y hubo castigo. También obediencia debida y punto final. Tiempo después los indultos y la impunidad absoluta. La justicia de la democracia, la dictadura disfrazada de libertad. El canibalismo financiero y el neoliberalismo siguen cambiando sus disfraces, y los bufones siguen haciéndole fiesta al Rey. Los nuevos desaparecidos ya no son víctimas de los paramilitares, sino de los ajustes, la desocupación, el hambre, la falta de salud, la deuda externa, los gatillo fácil, la ignorancia, el egoísmo, las medidas económicas, la lógica de mercado, la cotización del dólar, la mentira, la impunidad, la complicidad política, la privatización de lo que no se puede privatizar, etc., etc. Consecuencia directa de toda una generación de desaparecidos, aquellos que tenían un proyecto político nuevo y la capacidad y el compromiso de llevarlo a cabo. No podemos creer entonces que ellos murieron defendiendo la causa democrática, en todo caso tenían proyectos de un nuevo modelo político para un nuevo modelo de país y de sociedad. Memoria asfixiada, ahogada, reprimida.
Con esto quiero decir que somos víctimas de una sola memoria, que no nos deja ver más allá ni más acá. No podemos seguir pensando que las únicas víctimas de nuestra historia desaparecieron mientras la dictadura militar se apropió del gobierno. También están los desaparecidos de la democracia, generaciones enteras sumidas en la ignorancia, discapacitadas por el hambre, desplazadas por la falta de oportunidades, echadas a patadas por poseer inteligencia que ofende al poder, y políticamente inútiles por tener las esperanzas muertas y los horizontes cerrados.¿Qué diferencia existe entre la dictadura militar y la democracia si las dos representan la impunidad, el asesinato, el neoliberalismo, la antropofagia, lo antinacional? Por supuesto que hay que elegir lo menos malo. Pero ¿no estamos hartos ya de elegir entre lo malo? ¿Y lo mejor, siempre está por venir? ¿Y los San Martín? ¿Y los Che Guevara? ¿Por qué terminan exiliados, por qué hacen revoluciones en otras tierras?
¿Y la memoria? La memoria se construye, sobre todo la de las generaciones que no vivieron lo que hay que recordar. Pero qué futuro político podemos esperar si nuestra memoria está manchada con odios vacíos y mentiras que se repiten apelando a la memoria. Los genocidas están libres, pero todos aquellos que hicieron posible su libertad también, y de ellos nadie habla, nadie los quiere encerrar. Queremos ser libres a medias, queremos una justicia a medias, una memoria partida al medio.Para que lo peor no se vuelva a repetir, primero hay que querer lo mejor, no simplemente desear que lo peor no se repita, deseo decadente, pensamiento negativo. Para querer lo mejor hay que tener o desarrollar un compromiso a ultranza, sin medias tintas. Una política nueva se construye con un pensamiento revolucionario, y este se hace con una revolución en las prácticas políticas. Las prácticas políticas son inclusivas y pluralistas, flexibles y dinámicas. La virtud de esta nueva política debe ser la economía del don (no del mercado), en donde todo se distribuye sin que se produzcan grandes acumulaciones, sin bancos ni sistemas financieros. Esa es la base de la justicia. Aquí deben sentarse las bases de la memoria, precisamente en la cuestión eludida, en lo premeditadamente olvidado, en lo verdaderamente revolucionario del acontecimiento. La memoria, que es el pasado, tiene que alimentar y potenciar el presente para poder modificar el futuro, cortando así la rueda del eterno retorno de lo mismo (la decadencia). La memoria tiene que tener olor a revolución, a compromiso. Porque cuando la fuerza de la justicia no alcanzó, entonces la justicia de la fuerza se hizo necesaria, y los militantes de esa justicia sacrificaron todo por ella, porque era lo único que tenían; fueron consecuentes.Eso es lo que se quiere olvidar, que cuando la fuerza de la justicia no alcanza, está la justicia de la fuerza, que es la acción de la política revolucionaria. Si se quiere rendir honor a los desaparecidos, y construir una memoria que rompa con la repetición, entonces hay que empezar por aquí.
Calostro de Lesbos y la Fenomenología del Plagio
Y este que soy yo se derrumba en la vorágine de los significados que se fugan de estas palabras para mentirlo todo, para falsearlo con el color de lo definido y comprensible, sin saber que todo se deforma y se expande como un gas que se puede oler pero no se puede atrapar ni circunscribir. Este que soy yo es mentido y desfigurado en el tejido absurdo de los verbos y los cristales afantasmados de los sustantivos. Este que soy yo deja de ser para que una ficción ocupe su lugar haciéndolo existir, diciéndole lo que es y cómo es. No hay nada más seguro que eso.
Poder hablar de uno mismo, escuchar de labios ajenos nuestro nombre unido a adjetivos y verbos, saber que existimos porque las palabras nos reconocen pero en el fondo el silencio, ese sucio estanque de aguas de plomo en donde a veces caemos y nos sumergimos para salir llenos de angustia, con la boca sucia de tanto haber tragado el agua pesada del estanque, con la lengua paralizada porque ahora puede sentir que las palabras resbalarán sin sentido, puros ruidos que no hacen más que repetir viejos ruidos como absurdos ecos de un pasado que también es futuro pero que nunca llega al presente, porque para hacerse presente primero tiene que desaparecer, tiene que dejar de ser ruido para trasuntar lo silencioso que nos deja de canto entre el ser y la nada, como un perfil de hoja que solo existe en dos dimensiones porque su tercer costado es inútil.
Sí señor, ese que soy yo está en ese costado inútil, en esa costilla rota que es puro dolor, en ese filo de la existencia que atraviesa todo dividiéndolo en dos, multiplicando lo singular, complicando las cosas simples en fetas de fiambre barato que salen del mismo embutido. *Todo está siempre en la punta de la lengua, pero cuando debe ser dicho se esfuma dejando un sabor lejano pero familiar, una ausencia manifiesta en huella de huella, como una cama vacía con sus sábanas revueltas que parecen insinuar una silueta aniquilada por el despertador y cinco minutos más de sueño. Todo se esfuma en la punta de la lengua para que el tiempo transcurra en ese olvido dialéctico, en ese mecanismo cronológico de la amnesia metaneurálgica.
El tiempo nos abandona en algún sótano del cosmos para que seamos olvidados en el tiempo, ya que en un tiempo infinito no hay nada que pueda ser recordado, menos todavía una existencia tan miserablemente finita, tan granito de arena en el bolsillo de un pantalón perdido o enterrado en un universo de dimensiones irracionales. Solo una fracción inútil, un perfil de canto que consumen las llamas del tiempo para reducirlo a cenizas que serán algo más que simple hollín, que esparcirán en un eterno desencuentro a eso que soy yo, o que fue, o será, o quien sabe qué.
Quién sabe qué, quién sabe nada; saber nada es lo único que sabemos, y no es socratismo ni falsa modestia, porque en el fondo hay otra superficie que nos deja perplejos, otro cielo, otra fuga hacia lo infinito; un estanque sin fondo, doble superficie que aniquila cualquier geométrica posición, cualquier lógica bananera. Por eso el filo de la hoja, esa profundidad inútil que hace que la hoja sea algo, esa doble superficie que se da la espalda, que permite que algo sea escrito en dos dimensiones, en doble sentido, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, por delante y después, por antes y atrás. Y la docta ignorancia con su diploma de cristo redentor, con su tesis onomatopéyica pero científica, con su saber abalado por tautológicos cotorreos y moralismos de perfume escolástico…
Por eso siempre decir lo mismo, repetir las mismas palabras que solo refieren a otras palabras y no al mundo, como pretenden los falsos teólogos de la ciencia y los materialistas del empirismo ultrarrealista archidogmático. El mundo en su manso silencio y nosotros en nuestras esquizóides palabras. El trabalenguas de la vida en un laberinto de lenguaje, de pasadizos esdrújulos y esquinas agudas como una daga, de graves retornos a lo tautológico y al cotorreo infernal de estar hablando siempre lo mismo con el agravante de no darnos cuenta y creernos tan originales, tan descubridores de un nuevo mundo, tan patéticos fantoches.
Nietzsche Guevara - Revolucionario bohemio
Isaac Asimov decía que la violencia es el último recurso de los incompetentes, y en Argentina los incompetentes están en el poder con el inalienable título de Honorable Traidor. Esta especie canalla de animal político se reproduce de manera alarmante y desafía las leyes darwinianas de la evolución animal, ya que no solo degenera e involuciona, sino que crea las circunstancias para su subsistencia, no se adapta a ellas. Como no tiene fuerza creativa ni tampoco grandes metas, sólo puede destruir y operar por contagio. Es una peste, así domina. Como un cáncer va pudriendo todo lo que entra en contacto a su alrededor, alienándolo y endureciéndolo hasta la rigidez total. ¿Es un organismo inteligente aquel que colapsa en su propia estupidez? ¿Estamos ante un caso de ignorancia pandémica? La ignorancia no es contagiosa, pero es cómoda. Hoy en día se la elige con orgullo porque está de moda; es parte del confort moderno, es condición de posibilidad de este modelo antropófago neoliberal.
Santa ignorancia. A ella le raza la empequeñecida política. Por eso se destruye la educación y se le pierde respeto a los maestros y se los mata. Es un síntoma de miedo de los cómodos, los canallas y los hipócritas. Cuando al fundamentalismo democrático se le caen las máscaras, los tiranos y los cómodos tiemblan, y la sangre corre por las páginas de nuestra historia, agregando un capitulo vergonzoso a esta odisea. ¿Cuántas generaciones fueron amputadas de este libro argentino? ¿Cuántas promesas y futuros nobles prendieron fuego los genocidas que tomaban la ostia y hablaban por Dios y la Patria? ¿Cuántos desaparecidos? ¿30000 nada más? ¿Y los que desaparecieron en democracia por el hambre, el desempleo, la vejez en la miseria, la corrupción, la complicidad, la deuda externa y eterna, el indulto, etc., etc.? ¿Y los que se van del país, no son desaparecidos también? No seamos víctimas de una sola memoria. La gente sigue desapareciendo y el futuro se muere cada vez más rápido en el pasado, como una utopía más.
La gran estrategia política es la de echarle la culpa al otro, ellos nunca son responsables de nada, la culpa la tiene el pasado, un pasado que nadie puede exorcizar. El futuro existe para inventar ilusiones y nuevas esperanzas que hipotecan el presente, posponiendo siempre para mañana los grandes valores que la humanidad persigue: equidad, justicia, libertad. Es la zanahoria que cuelga delante de nuestras narices, es el deseo inútil, el esfuerzo siempre frustrado, el sacrificio en vano. Entonces el vicio político se hace patológico, y todos terminamos culpando a los demás por nuestros males y frustraciones. Ahora tampoco somos responsables de nada. Nuestras vidas están en manos de otros, nuestro destino está atado a un poder contra el cual nada podemos hacer. Aquí está la raíz de la indiferencia, la apatía, el desinterés, el resentimiento, el odio, el egoísmo. Así gana la política canalla, ni ellos son responsables por el pasado, ni nosotros nos sentimos responsables por el futuro. Es más fácil obedecer y callar, es lo que nos enseña el poder; los que alzan su voz siempre tienen problemas. Es la cultura de la debilidad y la mansedumbre, es la moda de lo vulgar y lo mediocre. Nadie se mete, salvo cuando los esclavos políticos sienten tocados sus intereses y amenazadas sus posesiones; así los hipócritas bautizan causa nacional al peor de los egoísmos.
Todos somos cómplices en alguna medida. Hasta que no entendamos esto no esperemos nada mejor. No podemos estar contentos con una democracia que es pura máscara; no basta con solo ir a votar, eso no es ser democrático. Un ciudadano tiene que construir el futuro creando nuevos valores y nuevas metas, y sentirse responsable de lo más grande y de lo más pequeño, de su propia vida así como la de los demás. A esto llamo compromiso. Ser es hacer.
Entonces, ¿la fuerza de la justicia o la justicia de la fuerza?
Sin pelos en la lengua
Escribidor
Tenía pelos en la lengua. Lo noté una mañana después de lavarme los dientes y sentir que algo me raspaba el paladar. Fue duro creerlo, y asqueroso soportarlo. Al principio fue como una pequeña barba, algo que ensombrecía mi lengua, pero que raspaba por dentro y en ciertas oportunidades me daba náuseas. Los médicos me hablaron de un desequilibrio hormonal, me recetaron medicamentos y recomendaron estudios y análisis varios. Salí del centro médico con la sensación de que se habían reído de mí, que me habían atendido como si yo fuese la mujer barbuda.
Volví al mes, cuando los pelos de mi lengua tenían ya tres centímetros de largo. No solo era repugnante comer y beber con ellos, sino que ya me costaba hablar con claridad, las “eses”, “erres”, “enes”, “g” y “d”, me resbalaban o se perdían en un zumbido peludo. El mal aliento era constante debido a que los pelos y la saliva lograban una mezcla letal de pantano, de verdín y restos de comida. Lo peor era que yo a esa altura me había acostumbrado, pero no mi familia ni mi novia, que decidió alejarse por un tiempo hasta que yo resolviese mi problema. No la culpo a Irene por su decisión, el error fue mío al besarla en la boca sin decirle nada; casi se desmaya después de haber vomitado hasta el vacío; creo que todavía me odia. Irene, te pido perdón.
Los médicos habían decidido rasurarme la lengua y comenzar con el tratamiento hormonal. Fue un rotundo fracaso. Los pelos comenzaron a crecer con más rapidez y fuerza. A los cinco días tenía una bola de pelos en mi boca que no me dejaba hablar, frecuentemente me atragantaba con un mechón que caía por mi garganta; un día casi me muero atragantado por un exceso de tos y pelos. Mi vieja comenzó a rasurarme la lengua todos los días para que pudiera comer, pese a la insistencia de los médicos que ya querían internarme y llevarme no sé a que simposio. Me negué a seguir con el tratamiento que parecía empeorar el cuadro, pero empecé a preocuparme al ver que ni bien me rasuraban la lengua los pelos ya estaban ahí creciendo a una velocidad descomunal. Pensé en cortarme la lengua, pero temí que los pelos comenzaran a crecer por otros lados… quien sabe, podrían empezar a crecerme pelos en los ojos, lo que me impediría cerrar los párpados y luego ver, y lo peor de todo sería que no podría rasurarme los ojos sin lastimarlos, corriendo el riesgo de quedarme ciego. También podrían salirme pelos en las manos al punto de impedirme agarrar cosas, o en los oídos hasta dejarme sordo o hacerme estallar la cabeza por dentro debido a la presión que haría la bola de pelos… estaba condenado a la incertidumbre de no saber hasta cuando tendría que vivir con pelos en la lengua, que ya a esta altura me salían por la boca en una asqueroso mechón húmedo y maloliente.
El día en que la idea del suicidio rondaba por mi cabeza como última alternativa, ocurrió lo que yo hubiese sido incapaz de pensar. Mamá y Carolina discutían en la cocina a los gritos, los insultos y los golpes bajos se dejaban oir sin pudor, mis nervios comenzaban a desatarse peligrosamente, no me podía concentrar, no podía resolver si matarme con un arma o colgarme o cortarme las venas (ahogado jamás… tampoco el fuego o el tren). Entré furiosos a la cocina con el revolver del abuelo, dispuesto a matarla a las dos y después cortarme la lengua (a ver qué pasaba, no me iba a matar así porque sí), cuando escuché la última frase que pronunciara mamá antes del silencio cortante: “…te digo lo que siento porque yo no tengo pelos en la lengua querida…”. Fue más que suficiente para que mi mente quedara en blanco, para que el arma cayera al piso, para que se iluminara desde la nada la solución, la respuesta, la dicha, la felicidad. Un instante fuera del tiempo, en donde Carolina empezó a reír al ver el mechón de pelos saliendo de mi boca como una cola de caballo, una situación absurda y cómica prendida a las últimas palabras, que seguían rebotando en mi cabeza junto a las carcajadas que ya rozaban la insolencia. Carolina lloraba de la risa y mamá se las tragaba por respeto. Como pude les empecé a cantar las cuarenta a las dos, entre zumbidos peludos descargué el odio guardado por tantos años, los reproches miserables que se pudrían dentro, escupí sus máscaras hipócritas y las mías también, y confesé las ganas terribles de matarlas y cortarme la lengua… cuando salí de la cocina las carcajadas seguían rebotando por toda la casa, pero ya no me afectaban, me había sacado un gran peso de encima, me había liberado y ahora estaba dispuesto a ir hasta el final, era mi cura, el único camino.
Estaba tan extasiado por esta liberación que hasta en la calle le decía a las personas lo que pensaba de ellas, SIN PELOS EN LA LENGUA; horrorizados me miraban, se persignaban, huían. En la oficina me sacaron a patadas mis propios jefes, les dije lo que en cinco años no me atrví a decir, mientras me arrastraban por el pasillo les gritaba a Victor, a Marcelo, a Laura, a todos los que me miraban anonadados cómo me arrastraban hacia la salida, cómo los odiaba, lo tanto que los aborrecía, lo mucho que me gustaría verlos en la miseria, aplastados por la desgracia, la adrenalina y la situación misma me excitaba cada vez más. Visité a los pocos amigos que tengo (o mejor dicho que tenía) y les vomité con detalles todo lo que me había guardado y más. Cuando llegué a la casa de Irene, ya se me habían caído casi todos los pelos de la lengua, lloré de felicidad y de tristeza cuando escuchó las confesiones crueles y ruines que le hice. Eso sí, tuve la delicadeza de pedirle disculpas por el incidente del beso peludo. Igualmente me mandó a cagar.
No me volvieron a salir más pelos en la lengua. Tampoco puedo hacer amigos ni conseguir trabajo. En cuanto digo lo que pienso se me cierran todas las puertas. Nunca pensé que vivir sin pelos en la lengua iba a resultar más difícil que tenerlos. Me quedé sin familia, sin amigos, sin trabajo, cualquier desconocido se enoja conmigo en cuanto le digo algo. Quizás me tome demasiado enserio esto, al punto de convertirme en un cínico, un indeseable. Pero hay algunos locos por ahí que me escuchan y se ríen, (la verdad, sobre todo de sí mismos, les da gracia, les divierte la caricatura) que me dan la razón y me dicen que el mundo todavía no está preparado para una persona como yo. Esas son las únicas personas que de vez en cuando me tiran un cobre para que pueda comer algo, que me dan alguna pilcha vieja o una viandita con lo que sobró de anoche. Me gusta estar con ellos porque me convidan cigarrillos y me escuchan y se ríen y me dicen que sí, que es verdad, mientras me dan unas palmaditas en la espalda y me invitan a seguir mi camino para que no los moleste más; ya lo sé que es así, y se los digo, y se los digo siempre que paso, porque si hay algo que no tengo son pelos en la lengua, cualquier cosa menos pelos en la lengua.
Macedonio Meconio - El arte de pensar el arte
La filosofía y la música
Aquí unos fragmentos de su pensamiento.
La música no expresa nunca el fenómeno, sino únicamente la esencia íntima, el en sí de todo fenómeno; en una palabra, la voluntad misma. Por eso no expresa tal alegría especial o definida, tales o cuales tristezas, tal dolor, tal espanto, tal arrebato, tal placer, tal sosiego de espíritu, sino la misma alegría, la tristeza, el dolor, el espanto, los arrebatos, el placer, el sosiego del alma. No expresa más que la esencia abstracta y general, fuera de todo motivo y de toda circunstancia. Y sin embargo, sabemos comprenderla perfectamente en esta quinta esencia abstracta.
La invención de la melodía, el descubrimiento de todos los más hondos secretos de la voluntad y de la sensibilidad humana es obra del genio. La acción del genio es allí más visible que en cualquier otra parte, más irreflexiva, más libre de intención consciente; es una verdadera inspiración. La idea, es decir, el conocimiento preconcebido de las cosas abstractas y positivas, es aquí absolutamente estéril, como en todas las artes. El compositor revela la esencia más íntima del mundo y expresa la sabiduría más profunda en una lengua que su corazón no comprende; lo mismo que una sonámbula da luminosas respuestas acerca de las cosas que no tiene conocimiento ninguno cuando está despierta.
Lo que hay de íntimo e inexpresable en toda música, lo que nos da la visión rápida y pasajera de un paraíso a la vez familiar e inaccesible, que comprendemos y no obstante no podríamos explicar, es que presta voz a las profundas y sordas agitaciones de nuestro ser, fuera de toda realidad, y por consiguiente, sin sufrimiento.
Así como hay en nosotros dos disposiciones esenciales del sentimiento, la alegría y la aflicción, o por lo menos la melancolía, así también la música tiene dos tonalidades generales correspondientes, mayor y menor, el sostenido y el bemol, y casi siempre está en la una o en la otra. Pero, en verdad, ¿no es extraordinario que haya un signo para expresar el dolor, sin ser doloroso físicamente ni siquiera por convención, y sin embargo, tan expresivo que nadie puede equivocarse, el bemol? Por esto puede medirse hasta qué profundidad penetra la música en la Naturaleza íntima del hombre y de las cosas.
En los pueblos de norte, cuya vida está sujeta a duras condiciones, sobre todo en los rusos, domina el bemol hasta en la música de iglesia.
El allegro en bemol es muy frecuente en la música francesa y muy característico. Es como si alguien se pusiera a bailar con unos zapatos que le hacen daño.
Las frases cortas y claras de la música de baile; de aires rápidos, sólo parecen hablar de una felicidad vulgar, fácil de conseguir. Por el contrario, el allegro maestoso, con sus grandes frases, sus anchas avenidas, sus largos rodeos, expresa un esfuerzo grande y noble hacia un fin lejano, que se concluye por alcanzar. El adagio nos habla de los sufrimientos de un grande y noble esfuerzo que menosprecia todo regocijo mezquino. Pero lo más sorprendente es el efecto del bemol y del sostenido. ¿No es asombroso que el cambio de un semitono, la introducción de una tercera menor en lugar de una tercera mayor, dé en seguida una sensación inevitable de pena y de inquietud, de la cual nos libra inmediatamente el sostenido? El adagio en bemol se eleva hasta la expresión del más profundo dolor, se convierte en una queja desgarradora.
Una sinfonía de Beethoven nos descubre un orden maravilloso bajo un desorden aparente. Es como un combate encarnizado, que un instante después se resuelve en un hermoso acorde. Es el rerum concordia discors (adecuación del discurso con la cosa) una imagen fiel y completa de la esencia de este mundo, que rueda a través del espacio sin premura y sin descanso, en un tumulto de formas sin número que se desvanecen sin cesar. Pero al mismo tiempo, a través de la sinfonía, hablan todas las pasiones y todas las emociones humanas, alegría, tristeza, amor, odio, espanto, esperanza, con matices infinitos, y sin embargo, enteramente abstractos, sin nada que los distinga unos de otros con claridad. Es una forma sin materia, como un mundo de espíritus aéreos.
Después de haber meditado largo tiempo acerca de la esencia de la música, les recomiendo el goce de este arte como el más exquisito de todos. No hay ninguno que obre más directa y hondamente, porque no hay ningún otro que revele más directa y hondamente la verdadera naturaleza del mundo. Escuchar grandes y hermosas armonías es como un baño del alma; purifica de toda mancha, de todo lo malo y mezquino, eleva al hombre y lo pone de acuerdo con los más nobles pensamientos de que es capaz, y entonces comprende con claridad todo lo que vale, o más bien, todo lo que pudiera valer.
Cuando oigo música, mi imaginación juega a menudo con la idea de que la vida de todos los hombres, y la mía propia, no son más que sueños de un espíritu eterno, buenos o malos sueños; de que cada muerte es un despertar.