La fuente de los deseos

Vito Sosa
Escribidor




“Si el deseo es carencia, qué será de nuestros sueños”
 Cuando era un pibe (ocho o nueve años) inauguraron en la esquina de casa una fuente. Como todo, al principio tenía luces de colores y variados chorros de agua que subían y bajaban en una coreografía exquisita. Con el tiempo las luces desaparecieron y los chorros de agua eran un triste reflejo de la presión que ejercía la bomba. Parece un desafío para el argentino mantener en condiciones los bienes que se pueden compartir, las obras que nos pertenecen a todos, no es así sin embargo con la propiedad privada; el hecho es que el instinto dañino no hizo excepciones con la fuente. Pero antes que comenzara a deteriorase era un verdadero lujo para le esquina de mi barrio, en todo Martín Coronado existía nada igual. Una obra asombrosa como una palangana gigante de unos cinco o seis metros de diámetro, toda de cemento, con esos azulejitos celestes de pileta de natación que le daba espíritu de cielo al agua, y su anillo oblicuo que hacía de borde (y a la vez de asiento).
Recuerdo que en la inauguración estuvo el intendente y otras autoridades, que hubo música y choripán, que estuvieron las cámaras de canal 7, que tocó una orquesta sinfónica, y que le di mi primer beso a Ana Laura, motivo este para pelearme con Riki que estaba enamorado de ella. Pero el hecho más curioso que nos llenó de entusiasmo a mí y a Juampi, fue el momento en que todos comenzaron a arrojar monedas a la fuente. Había olvidado por completo esta tradición, se paraban de espaldas a la fuente, pedían un deseo y tiraban la moneda hacia atrás sin darse vuelta antes que ésta cayera al agua, pues la condición para que el deseo se cumpliese consistía en no ver caer la pieza ni intentar ubicarla en el fondo de la gran pileta. Hasta mi viejo me hizo cumplir con el rito ofreciéndome una moneda de cincuenta centavos; por supuesto los deseos no se cuentan, pero puedo decir que Ana Laura viajó hasta el fondo de la fuente en un inocente deseo de metal.
Con Juampi nos amotinamos al borde del piletón comiéndonos con la mirada la cantidad de monedas que sembraban el fondo; era impresionante, habían de todos los tamaños, pero el tamaño no nos importaba, sino la cantidad. A simple vista era evidente que en el barrio o sobraban los ambiciosos insatisfechos o la tentación de tirar una moneda era muy fuerte. Con Juampi resolvimos que eran demasiados deseos para estar ahogándose por un capricho supersticioso y comenzamos a trazar planes de cómo nos apoderaríamos de aquel exuberante tesoro, cuándo y de qué forma; pero no tardamos en darnos cuenta de que no éramos los únicos piratas, Jorge y Federico miraban el fondo dorado con la misma expresión con que lo habíamos hecho nosotros, y por cómo nos miraban de a ratos, también eran conscientes de las intensiones que nos dominaban.
La indiferencia fue una primera estrategia para despistar al enemigo, pero pronto comprendimos que de nada serviría, de un momento a otro nos encontraríamos saqueando deseos ajenos, y el conflicto sería inevitable. Decidimos pues pactar con el enemigo y llegar a un acuerdo. La negociación fue más dura de lo que pensábamos; Federico cedía, pero Jorge no quería saber nada, no quería compartir ni un centavo porque decía que la idea se le había ocurrido a él primero. Para colmo la discusión era confusa en medio de una inauguración llena de muchedumbre, música a los palos, y amigos que se acercaban a curiosear; no nos escuchábamos y las interrupciones nos hacían perder el hilo. Al fin y al cabo llegamos a un arreglo, no sin antes propinarnos unas trompadas con Jorge que insistía en su propiedad intelectual.
Combinamos a las dos de la madrugada, cuando todo había concluido y nuestros padres dormían. Dividimos la fuente en dos con una línea imaginaria que cruzaba de norte a sur (más o menos). El sector Este era nuestro, y todo lo que de allí saliera lo dividiríamos en partes iguales con Juampi; lo mismo habían arreglado Jorge y Federico. Como era junio y hacía un frío tajante nos llevamos un piloto cada uno y las botas de agua. De nada sirvieron, pues la fuente parecía tener un automático que cortaba el chorro a determinada hora, a las dos de la mañana ya no funcionaba, y las botas de goma se llenaron inmediatamente de agua ya que el nivel de ésta nos llegaba casi hasta la entrepierna. De hecho terminamos todos mojados porque debíamos agacharnos constantemente para recoger las monedas, mojándonos los brazos y hasta a veces el pecho; y a medida que nos acercábamos al centro la fuente se hacía más profunda, llegándonos el agua casi hasta el ombligo (me acuerdo que estaba congelada). A pesar de todo trabajamos con una sorprendente rapidez, metiendo las piezas de metal en una bolsa de supermercado; pero la rapidez no se debía tanto al frío sino al miedo de que nos descubrieran en tan profana empresa por un lado, y por otro a la desconfianza de que el enemigo se pasara del límite establecido. Efectivamente hubo problemas, pues la línea resultó ser más imaginaria de lo que habíamos creído, Federico se había pasado más de un metro, y Jorge discutía lo mismo con Juampi, lógicamente no había manera de comprobarlo, todos de alguna manera teníamos razón, pero a simple vista algunas bolsas pesaban más que otras. Fue inevitable, de la discusión pasamos a los gritos, y de los gritos a las trompadas; fue una lucha feroz pero que a cualquiera hubiera causado gracia: cuatro mocosos golpeándose con bolsas llenas de monedas, tirándose de los pelos, intentando ahogarse, lanzando golpes sin dirección alguna, salpicándose agua a los ojos con violencia para cegar al enemigo y asestarle un buen puñetazo. La riña terminó cuando logré hacerme con la bolsa de Federico y salir corriendo a mi casa sin que este pudiera alcanzarme; realmente le había dado una buena golpiza. Juampi no tuvo tanta suerte, quedó rezagado y recibió una paliza que hasta el día de hoy no se olvida; sólo pudo conservar un puñado de monedas que el muy pillo se había encanutado en uno de los bolsillos del pantalón, pero más allá de su mala intensión tuvo el coraje de decírmelo.
A pesar de que le insistí, Juampi no quiso compartir el botín, no sé si fue porque se sentía culpable de la acción misma, o si fue por las monedas que se había guardado; sólo conservó esas piezas, que sumaban tres Australes con cincuenta y ocho centavos. Por mi parte entre lo que le había quitado a Federico y lo que yo tomé, logré contar veinticuatro Australes con dieciocho centavos, una interesante suma para esa época y para mi edad por supuesto.
Me enteré que Jorge y Federico me andaban buscando para romperme la jeta, pero tanto Juampi como yo no nos asomamos a la calle por tres o cuatro días, no tanto por la amenaza sino por el dolor de los golpes, la gripe, y el rumor que circulaba por el barrio de los inadaptados que habían robado las monedas en medio de golpes y gritos, como “bestias inescrupulosas”, según dijo doña Regina, la vieja de la esquina de la fuente. Creo que la ‘Gallega’, la señora del zapatero, nos vio, porque en poco tiempo se corrió la bola por el barrio, y a pesar de que nadie nos acusó, las miradas de los vecinos llegaban llenas de indignación atravesándonos como quien mira a un maldito violador; hasta Aurora la quiosquera se negaba a vendernos chicles y chocolates. En realidad los moretones y la gripe nos delataron, solo Jorge zafó de golpes visibles y de las anginas; maldito egoísta.
Pero todo no terminó ahí; las monedas seguían cayendo a la fuente, y nuestros enemigos decidieron ser los únicos con derecho a ellas; montaban guardia constantemente y se adueñaban de todo lo que en la fuente caía. Luego de varios intentos desistimos con Juampi intentar destruir aquel injusto monopolio; las palizas que recibimos nos sirvieron de lección. Solo de vez en cuando podíamos rescatar algunas monedas para comprar golosinas.
A diferencia de todos, la parte de mi botín no la había gastado, en realidad sólo la mitad, o casi la mitad. La causa era que mis padres sospechaban de mí por culpa de esa Gallega podrida y chusmosa que no sé qué le había dicho a mi vieja en la feria de los jueves. Así que tenía escondidas las monedas en un doble fondo que tenía mi armario, justo donde guardaba las zapatillas. Como era sospechoso de robo no podía darme grandes lujos en mis gastos, sólo de vez en cuando alguna monedita de cincuenta centavos, o una cuantas de diez o de cinco.
Cuando la fuente comenzó a perder una de sus primeras luces y el barrio se fue olvidando de tan aberrante hecho, comenzaron a ocurrir cosas extrañas. Mi papá ganó un auto en una rifa de los bomberos, que él juraba nunca había comprado; le aumentaron el sueldo en el trabajo más del cien por cien, pudo terminar su curso de perfeccionamiento que tanto le había costado, y se murió su jefe de un terrible accidente. Mi mamá se curó de la celulitis y del nervio ciático que tanto la torturaba, inexplicablemente se puso más linda y tanto los vecinos como los compañeros del trabajo la comenzaron a cortejar; también tuvo aumento de sueldo, y sacó mil Australes a la quiniela; quedó embarazada, y ganó un viaje al caribe en un extraño sorteo de no sé qué agencia de turismo; yo por mi parte salí mejor compañero de mi grado, ganamos el campeonato de fútbol en donde yo fui goleador, se enamoraron de mí Graciela, Betty, Florencia y Romina; también mujeres más grandes que yo como Patricia de séptimo, Érica la rubia de la vuelta de casa de quince años, y otras más que se acercaban a mí y me halagaban; pero por otra parte perdí a Ana Laura, que de un día para otro comenzó a visitar a Juampi. Y eso fue lo peor que me podía haber pasado porque yo estaba enamorado de ella, nos dimos nuestro primer beso, y eso sellaba algo especial entre nosotros, incluso llegué a jurarle que nos casaríamos, y estaba seguro de ello.
Pero aquel desencanto me abrió los ojos, me hizo comprender lo que realmente estaba pasando, lo extraño de todas estas cosas. La clave estaba en las monedas, pero no en el valor de las piezas sino en los deseos que ellas contenían. Recordé inmediatamente la moneda de cincuenta centavos que me había hecho tirar mi viejo y el deseo que yo pedí, seguramente esa moneda la tenía Juampi, y si así era debía recuperarla o perder para siempre a Ana Laura. También caí en cuenta de la buena racha que había caído sobre mi familia y la posible vinculación con las monedas que yo escondía en mi cuarto. Sin perder tiempo corrí hacia lo de mi amigo y le pregunté si había conservado alguna de las piezas que habíamos robado de la fuente, como era de esperar me contestó sorprendido que sí, que había guardado una extraña moneda de origen español y una de cincuenta centavos que no sabía por qué le llamaba la atención. Sin rodeos le dije que ese metal era mío y le conté la verdad para que no pensara que era por el dinero. Fue el peor error que pude haber cometido en mi vida, Ana Laura era hermosa, y por supuesto ni Juampi ni ningún otro estaría dispuesto a perderla, menos ahora que sabía la verdad sobre aquella moneda que le daba poder. Se negó rotundamente a devolvérmela, y a pesar del dolor que me causó en el alma terminamos a las piñas. Obviamente lo llené de dedos, mi amigo nunca fue ágil para pelear; pero mi superioridad estaba vacía de gloria, no había conseguido la moneda.
Fue una semana llena de nervios y rencores, no sabía que hacer, iba a la casa de Juampi y le pedía a gritos que me devolviera los cincuenta centavos, que si me los daba yo estaba dispuesto a regalarle todas las otras monedas; pero a cambio solo recibía un profundo silencio. Esta manifestación de mi angustia atrajo la atención de todo el barrio, y por supuesto los infaltables comentarios de la chusma siempre alerta. Así muchos comenzaron a ver que los éxitos conseguidos por mi familia eran casualmente deseos ajenos; el recuerdo del día de la inauguración se abalanzó sobre todos comenzando a reconocer deseos olvidados, y por qué no, a justificar su envidia reprimida. A los pocos días teníamos una turba de vecinos en la puerta de casa reclamando se les devolviese las monedas que yo atrevidamente me había robado. No me olvido más que mis padres estaban alterados, no sabían que hacer, no entendían nada, tenían en la puerta una manifestación de vecinos desquiciados; por ejemplo Cuca, la peluquera; exigía que le reintegrasen su moneda de diez centavos en la cual había depositado su deseo de belleza; Augusto, el vecino de enfrente, reclamaba una de veinticinco centavos con la cual pidió un aumento de sueldo; Paulino, el cocinero de no sé qué restaurante, decía ser de su propiedad una de cinco centavos con la que había deseado ganar la rifa de los bomberos; la Gallega, doña Esther, e Isolina, reclamaban no sé cuantas con las cuales habían pedido salud, dinero y amor; Sonia, la esposa del carnicero, exigía a toda furia tres de cincuenta centavos que había arrojado a la fuente con la esperanza de ganar la quiniela; y así cientos de reclamos, entre los cuales había muchos que no correspondían a mi botín.
Mis viejos visiblemente consternados me pidieron les explicara que estaba pasando, y yo temeroso de que todo aquello terminara en un desastre les conté lo que habíamos hecho aquella noche de junio con Juampi, Fede y Jorge. Realmente no lo podían creer, y pese a todo lo que habían conseguido, en un ataque de moralismo, me pidieron las monedas para devolverlas. Fui hasta mi armario, tomé todas las que había, y se las di a mi viejo. Éste haciendo gala de su buena voluntad se acercó a la manifestación y pidió amablemente que de a uno se acercaran a reconocer, si podían, lo que les pertenecía. Pero el remedio fue peor que la enfermedad, pronto todo fue un revuelo, se peleaban entre todos, las monedas obviamente eran muchas y todas iguales. El desorden llegó a tal punto que la violencia se hizo presente, y la ley del más fuerte se hizo valer; cada cual se llevó lo que pudo.
En pocas semanas mis padres fueron perdiendo lo que habían conseguido en pocos días, y mis vecinos se vieron bendecidos por cosas que tampoco eran suyas, creando esta situación una especie de guerra civil entre ellos, ya que las monedas nunca fueron a parar a su verdadero dueño, y tampoco nadie quería desprenderse de las que había arrebatado, reclamándose unos a otros deseos que deseaban poseer.
Pero sinceramente poco me importaba todo lo que habíamos perdido, puesto que nada de ello nos correspondía por derecho, y nuestra vida volvía a ser la de antes, sin nada más ni nada menos. Pero algo sí me corroía el alma: yo había perdido algo que ya tenía de antes y no lo recuperaría más; había perdido el amor de una mujer en un estúpido deseo depositado en una insignificante moneda, un deseo que más allá de ser una carencia debía haber sido un hecho. Comprendí sin embargo que si me daba por vencido estaba perdido para siempre. Así que me decidí a hacer uso de mi astucia y fui a visitar a Leo, después de mí, el mejor amigo de Juampi. A pesar de que él estaba al tanto del increíble episodio de las monedas, no sabía nada sobre la que yo más deseaba; así que le conté la historia de Ana Laura y le juré que si conseguía quitarle la moneda a su amigo, yo le daría a cambio diez mucho más valiosas (mentira porque ya las había devuelto todas, pero dicen que el que no llora no mama...). Aceptó entusiasmado, pero me dijo que sería un tanto difícil, porque como yo sabía la madre de Juampi no quería que nadie jugara en el cuarto, pero que haría todo lo posible.
Realmente Leo había demostrado ser todo un maestro en el arte de la sustracción, a los pocos días pude ver como Ana Laura dejaba de frecuentar la casa de mí ex amigo. Éste, supongo que lleno de vergüenza, no salió a la calle por un par de semanas. Pero a Leo tampoco lo volví a ver, y lo más desagradable de todo fue que ahora Ana Laura visitaba asiduamente la casa de este traidor. No podía creer mi suerte, ya no tenía ganas de pelear ni de buscarle la vuelta al asunto, simplemente me resigné de que la había perdido para siempre. Sólo para descargarme la angustia fui a la casa de mi abuelo y le conté mi desgracia; el viejo, que nada tenía de sonso y la sabiduría le sobraba en años, me dio la solución. Estúpido de mí que no me di cuenta antes, era tan sencillo y me hubiera ahorrado tantos problemas, que no pude hacer más que reírme a carcajadas con mi abuelo, un genio el viejo.
Para ser lo más cínico posible lo elegí al mismo Leo; lo busqué incansablemente, pero como era de esperar se hacía negar con la madre: no está, está durmiendo, todavía no vino, está con “la novia”, etc. Cansado de tanta persecución lo fui a esperar a la salida de la escuela, esa que está en la otra esquina de la fuente. Como él iba a la mañana y yo a la tarde me hice una escapada antes de comer. Lo distinguí entre tantos guardapolvos blancos por ser el más alto; cuando me vio se quería matar, no sabía dónde esconderse, pero se hizo el zorro y me recibió con un apretón de manos, yo para ser más falso lo abrasé y le di un beso. Le dije casi confidencialmente que tenía algo que contarle y le pedí que nos sentáramos en la fuente para estar más cómodos. Caminamos hasta allá en compañía de un silencio incómodo; la fuente estaba encendida, los chorros de agua ya no danzaban coreográficamente, pero por lo menos conservaban su dignidad a una altura bastante considerable. Al llegar advertimos que unos pibes (unos botelleros que habían estacionado su carro en la esquina) se bañaban y jugaban allí dentro; me acuerdo que hacía mucho calor, ya estabamos a fines de octubre; miré el fondo, ya no habían monedas, solo el rastro de oxido de algunas de ellas, la huella dorada de que alguna vez los deseos sembraron aquel lugar. Leo advirtió mi mirada y recordó conmigo el gracioso episodio de aquella noche de junio; sin perder la oportunidad aproveché aquel momento y le conté como la noche de la inauguración mi papá me dio una moneda de cincuenta centavos y me animó a que pidiera un deseo, y ahí nomás le confesé que mi deseo había sido que Ana Laura me amara para siempre, porque yo sentía eso por ella. Leo me miró con una rara impresión en su rostro, yo también sentí algo dentro de mí, pero antes que acertara a decirle nada él me dijo: “Los deseos no se cuentan boludo”. Y con esa frase se dio cuenta que el poder de la moneda se desvanecía. Se quedó inmóvil, quizás masticando sus últimas palabras, me miró con una media sonrisa en su cara aceptando seguramente la derrota, y me felicitó con un: “sos un hijo de puta”.
Días después, luego que Ana Laura dejara de visitar su casa, me devolvió la moneda y me pidió disculpas, me dijo que me había traicionado porque al poseer la moneda él también se había enamorado de ella, pero que mi astucia había roto el encanto, así lo sintió cuando le confié mi deseo. Hoy en día es uno de mis más preciados amigos y padrino de Fabián, mi hijo.
Esa misma tarde, sentados en el mismo lugar en que se había producido el desencanto, Ana Laura me confesó su amor. Luego de más de diez años de noviazgo, de peleas y reconciliaciones, nos casamos; tuvimos a Fabián, y nos mudamos a una casa que da frente a la fuente (manantial trágico de nuestro amor). Todas las tardes, después de tomar mate, nos sentamos en el borde de ésta con los pies hacia dentro, y nos sentimos felices viendo a nuestro hijo jugar dentro de la fuente vacía. Ya no hay más agua, ni luces, ni tampoco monedas con deseos olvidados; la única moneda llena de nostalgia es la que cuelga de mi cuello, moneda que todavía guarda el secreto de un deseo... que por supuesto no se puede contar (nadie lo sabe).

Nietzsche Guevara - Revolucionario Bohemio

Jibarismo a lo Grondona

Ayer escuché la guarangada más grande, de boca de un dinosaurio nefasto como Mariano Grondona. En el cierre de su programa, en el marco de una reflexión tísica y discapacitada, haciendo gala crítica y felicitando a su querido diario La Nación, que próximamente cumple 140 años de vida, pone en la escena de su pensamiento a los Kirchner en relación a un fenómeno de lucha política que él no puede entender, o por lo menos le parece escandaloso. Su incapacidad analítica pone en cuestión el hecho de que el matrimonio presidencial se enfrente a “instituciones centenarias”, que algo efímero como ellos ose declararle la guerra a aquello que ha perdurado en el tiempo. “Es como que una hormiga quiera ganarle la pelea a un elefante”, razona el más jíbaro de los pensadores argentinos. ¿Cómo se van a enfrentar a La Nación, que tiene 140 años? ¿Cómo se van a enfrentar a Clarín, que tiene más de 60? ¿Cómo se van a enfrentar a la Iglesia, ¡que tiene más de 2000 años!? ¿Cómo van a enfrentar a los EEUU, con más de 220? ¿Y ellos, cuanto hace que están?...

Este alfeñique del periodismo, que junto a Bernardo Neustadt ha formado el nazi-onalismo reaccionario argentino, nos quiere dejar una hermosa moraleja en estas reflexiones enchapadas en hojalata: Que nadie se meta con las “instituciones” que más daño le han hecho al país y a la humanidad. Tienen sobre sí la experiencia que da el tiempo como para que dos seres efímeros como los Kirchner les haga daño o les dé muerte.

Cierto que grupos como Clarín o La Nación sólo le han hecho daño a nuestro país, promoviendo y apoyando golpes de estado, deformando y estropeando la conciencia nacional, desinformando mediante el terrorismo informativo. Otra cosa son los Estados Unidos de América, estandarte de la democracia y la libertad para adentro, a costa y costo del resto del mundo, promoviendo dictaduras sangrientas y guerras genocidas, imponiendo ajustes económicos para que los ricos sigan siendo unos pocos y el desarrollo de los subdesarrollados siga siendo una promesa vacía y viciada. Pero ojo que falta el envenenador más grande de la historia, aquel que ha hecho del hombre un triste ejemplo del pecado y la culpa: la iglesia cristiana. Si hay alguien que tiene que confesar sus pecados es esta institución. Desde la aberración de un dios muerto en la cruz por nuestros pecados, hasta la inquisición del pensamiento, la castración sensual y sexual, y las abominaciones morales que vienen impuestas en nuestra educación. Ni hablar del lamentable papel que han jugado en lo peor de nuestra historia, celosos custodios de un país ajustado a la derecha.

Pero este traficante de ideas de mala calidad, se olvida de apuntar que los Kirchner son parte de este conglomerado de traidores malolientes, que sus discursos revolucionarios y sus envestidas contra los grandes grupos oligopólicos, son dramatizaciones baratas dignas de ser analizadas en el programa de Jorge Rial.

Y como broche de oro, antes de despedirse, nos deja una esperanza de brillantina importada diciendo: “ya seremos un país como Chile, o como Brasil”. Que no se le vaya a ocurrir decir que seamos un país verdaderamente argentino.

Que cipayo estúpido.

Nietzsche Guevara - Revolucionario Bohemio

Lo importante de la diferencia. El matrimonio homosexual

La polémica del matrimonio gay explota justo cuando se está votando la reforma política. ¿Casualidad? Algo tan pueril a esta altura de la historia, una discusión tan superficial y vacía que siempre termina en el chiste fácil. Cuesta creer que se siga volando a tan baja altura para estas cosas. La tilinguería mediática, el fascismo humanista de la iglesia católica, el glamour frívolo de los voceros de los derechos humanos, todo eso con la tonalidad dramática del chisme mediático.

¿Tanto cuesta entender que siempre existió la homosexualidad? Nada más natural que la inclinación homosexual. No podemos seguir tolerando estas actitudes conservadoras y reaccionarias enquistadas en la política, alucinada todavía por el falo de dios padre. Justamente la institución más retorcida y promiscua se horroriza ante la idea de la unión de dos personas del mismo sexo poniendo los ojos en blanco y repitiendo que eso no es natural. Evidentemente es la institución más amenazada por el avance del matrimonio homosexual, muchos abandonarían la clandestinidad del celibato…

El oportunismo político, en cambio, apoya a los homosexuales con discursos jurídicos que empalaga de buenas intenciones. El derecho y la igualdad. Otra vez el jibarismo teórico del sentido común: la nivelación, el ser humano standard. Todos somos iguales, todos debemos tener las mismas oportunidades. ¿Y que hacemos con las diferencias sexuales? ¿Y con las coincidencias sexuales? ¿Y con los oportunos cuando no hay oportunidades para todos?

Parece que cuando no hay ganas de pensar, de tener en cuenta las diferencias, que es lo que nos permite pensar, entonces se recurre a la abstracción niveladora; todo es lo mismo, entonces todos tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones. Esa vagancia intelectual y falta de respeto a la inteligencia, convierte un importante desafío político, social y humano, en una polémica de bar de hace cincuenta años.

Todavía nos quieren convencer de que somos un país católico apostólico romano. Que la iglesia influye en la política porque el pueblo es religioso y necesita de su cuidado. Esta mafia de dios no quiere saber nada con aflojar los clavos de la cruz. El dogma debe seguir bien clavado en los cerebros fritos y las voluntades tísicas, postrados ante el poder del falo divino. Estos sepulcros blanqueados que determinan qué es lo natural y lo antinatural, son la expresión y la evidencia más lamentable de nuestra historia. El lobo disfrazado de cordero. Son los grandes envenenadores del alma. Ya no tienen máscaras que ponerse que la del abusador de cualquier índole. Y sentados en el falo de dios acusan con su dedo a los que se ríen del todopoderoso. Cuanta concupiscencia con lo peor del poder. ¡Y todavía se los sigue escuchando!

Igualdad para todos, repite la tilinguería. ¿Pero qué pasa cuando se pide igualdad para algo que no es lo mismo? ¿Por qué borrar las diferencias? Algo se esconde detrás de ese discurso gris del humanismo, ese monologuismo hermafrodita que no se ajusta a ninguna realidad sino que intenta encorsetar a la realidad en teoría de un solo talle. El humanismo nunca solucionó nada, más bien atenta contra las oportunidades políticas de cada región, al deformar la condición humana con derechos universales que se fundan en la esencia eterna e inalienable del ser humano, alterando la realidad social, destruyendo las diferencias entre los hombres, los pueblos, y sus medios de subsistencia, para crear las condiciones necesarias de una globalización de autómatas standard.

Las diferencias existen, y hay que respetarlas. Para respetarlas hay que pensar esas diferencias, y legislar consecuentemente. No es lo mismo un matrimonio entre hombre y mujer que entre dos hombres o dos mujeres. Que nadie nos engañe en este punto. No es ni bueno ni malo. Es distinto. Cuando se dice: “Hay que respetar las diferencias”, y se nivela con las mismas leyes y derechos, entonces no se respetan las diferencias, no se tiene en cuenta al otro, no se piensa, no les importa. El CHA tendría que tener muy presente estas cuestiones porque son fundamentales. Hay una sensibilidad muy rara con respecto a las diferencias porque en seguida se tacha de discriminatorio. Ojo con el alucinógeno conceptual, no pensar en las diferencias es discriminar, es no tener en cuenta lo esencial y meter todo en la misma bolsa y por el mismo precio. La sociedad argentina en particular tiene una gran deuda con este tema, pero tiene que ser pensado y bien planteado, no estamos hablando de cualquier cosa, estamos hablando de personas que van a formar una familia, que van a poder adoptar hijos, que van a poder heredar, que van a tener beneficios sociales. Esto es lo que está implicado en todo este asunto y de lo que nadie habla. Este es el punto central de la cuestión, no si está bien este tipo de unión, si es natural o no, si es una enfermedado una desviación, si atenta contra la institución de la familia como manifiesta la iglesia. Esas polémicas dejémoselas a las viejas del barrio o a los curas histéricos que temen por eso reprimido que los tensiona.

Acá hay una cuestión política que tiene costos sociales, y también políticos. Nadie se quiere llevar mal con la iglesia. Ya se sabe que sienten debilidad por los golpes de estado y la mano dura. Se está librando una batalla. Es una buena oportunidad para meterle una patada en el culo a esta ignominia religiosa que nunca en toda su historia hizo nada bueno por la humanidad.

Nietzsche Guevara - Revolucionario Bohemio

Lobo dónde estás

Mi tolerancia ya se arrastra por el piso, como una sombra. Me da miedo. Los argentinos estamos crispados. Llenos de un odio intestino alimentado y asistido por los profetas del odio. Estamos a pasos de una guerra que va a ganar el enemigo sin tirar un solo tiro. ¿Quién es el enemigo? Tengo miedo. ¿De quién? Miedo a la inseguridad. Pero no es ese miedo barato de que me roben, ese miedo egoísta, acrítico e insensible. No le tengo miedo a los pobres o a los que portan el estigma del estereotipo de ladrón, porque ellos jamás le hicieron mal al país, y cuando hacen algún mal no adquieren las consecuencias devastadoras de una política neoliberal o un decreto de necesidad y urgencia. No le tengo miedo a un enemigo inventado por los medios de comunicación y los grandes grupos de poder para distraer al pueblo en las menudencias cotidianas.

Le tengo miedo a esas marchas del odio pidiendo seguridad, mano dura, más policía, más represión, pena de muerte, imputabilidad a cualquier edad, y otras sandeces del medio pelo argentino. Tengo miedo que un día me maten y hagan una marcha en mi nombre pidiendo justicia y seguridad, para justificar la necesidad de una política falaz y reaccionaria. Que nadie jamás use mi nombre en vano ni manche mi memoria con un proselitismo tan absurdo y contrario a lo que yo pienso y siento. Esa es la triste pasión que hoy me mueve a escribir: ese miedo a la inseguridad tan contrapuesto a ese otro miedo a la inseguridad. Miedo consciente, que es más una risa burlona.

Nos quieren convencer que la inseguridad es el gran problema de nuestro país. ¿Por qué nadie hace marchas contra el hambre o la desnutrición? Nadie le tiene miedo a los políticos inescrupulosos, o a esas caras conocidas que vuelven a la política una y otra vez para vaciar el país. ¿Por qué pensamos que la impunidad es algo exclusivo de políticos y empresarios? Tampoco hay campañas masivas por leyes que impidan el robo sinvergüenza que significan los márgenes de ganancia de las empresas privadas o las astronómicas tasas de interés de los bancos, que nunca pierden nada en las grandes crisis. ¿Por qué tanta hipocresía disfrazada de sensibilidad social?

Somos como esos esclavos que piden cadenas más pesadas y candados más seguros. Mejor que el amo nos tenga bien en raya antes que cualquier motín anárquico se desencadene, y vaya uno a saber en qué termina y qué intereses va a perjudicar. Es la sociedad televisada la que clama por más seguridad. Como dice el poeta argentino: “Reos de la propiedad / los esclavos políticos.” Que sabiduría tan simple y directa. ¿Son los pobres, los desamparados, los indigentes, los marginados, los millonarios, los políticos, los que piden seguridad? ¿O la clase media que tiene miedo a perder lo poco que tiene y que tiende siempre a tener más de lo que puede? Como se cae la máscara cuando se rasca un poquito su superficie, como queda al descubierto ese cosmético barato de buena reputación que se dan los que ganan honradamente todo lo que tienen. Oigan bien esto, jíbaros del sentido común: el trabajo no nos hace honrados ni dignos de nada. Huyamos de esos alucinógenos conceptuales. No hay nada más indigno que dejarse explotar y expoliar por capitales extranjeros, nada que rebaje más nuestro sentido del honor que dejarse llevar de las narices por los profetas del odio que vomitan sus mentiras y zonceras por radio y televisión.

El enemigo no tiene pistolas ni nos va a asaltar en la noche. Está agazapado en el anonimato. Y gana cuando el medio pelo argentino sale a defender, en detrimento suyo, los intereses de aquellos que solo cuidan sus altos márgenes de ganancia y un modelo de país agroexportador. Una interesante variante del síndrome de Estocolmo.

Cuando se pide más seguridad los políticos abren las cajas presupuestarias y legitiman el manejo de fondos de millones de dólares; se firman acuerdos comerciales, se pactan licitaciones, se compran tecnologías extranjeras, equipos logísticos, patrullas, helicópteros, armas, cámaras; nuevos juzgados, ministerios, secretarios; nuevas cárceles, menos escuelas, menos maestros, más ignorancia que cree saber; menos políticas de acción y más de reacción. Ya hemos vivido la época del gatillo fácil, sabemos de la connivencia de policías y ladrones, de zonas liberadas, de secuestros operados por bandas de comisarios, de periodistas muertos por sacar fotos comprometedoras o denunciar la traición a la patria. ¿Eso es seguro para nuestra seguridad? Es como que las ovejas le exijan al pastor que ponga al lobo a cuidar el rebaño. En fin, una estupidez total.

Ahora yo me pregunto: ¿La seguridad, se puede pedir?





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Nietzsche Guevara - Revolucionario Bohemio

La cuestión eludida
A 33 años del golpe de estado, todavía se insiste con la memoria, con no olvidar lo que sucedió para que no se vuelva a repetir. ¿Es suficiente con un excelente entrenamiento de la memoria para que algo no se vuelva a repetir? Y en tal caso ¿cuál será el contenido y el valor de esa memoria? ¿quienes narran la historia que debemos recordar, y cómo?Hoy resuenan muchas cosas con respecto a ese oscuro y sangriento capítulo de la historia argentina. Se graban a fuego en nuestra cabeza cosas tales como: Militares asesinos, la triple A, Montoneros, guerrilleros, extremistas, comunistas, militantes, peronistas, desapariciones, torturas, guerra sucia, etc., etc. La polémica gira en torno a quiénes eran los malos de la película, los militares que secuestraban y mataban, o los secuestrados, que mataban militares. Algo así se escucha de un lado y del otro. Aquellos justificando sus actos con una guerra necesaria contra un enemigo invisible, estos levantando la bandera de la lucha por la patria.La historia nunca se termina de contar con toda la seriedad que merece, con toda la honestidad que hace falta, en donde la sociedad de aquel entonces hizo la vista gorda y se quedó festejando los goles de Kempes y Pasarella. Nadie se olvide que a Videla y Massera los recibieron con los brazos abiertos la gran mayoría del pueblo, incluso personajes de gran talla intelectual como Borges y Sábato. Tampoco descontextualicemos, con un peronismo senil, y una Isabel Martines de Oz, cualquier personaje era bienvenido. Pero cuando los cadáveres hieden y una gran parte de los que pasan por allí se tapan la nariz y siguen de largo, entonces hay algo de responsabilidad compartida, una actitud ética condenable.La discusión es larga y llena de polémicas que no se pueden dirimir en un breve opúsculo como este. Mi intención es hacer hincapié en esta suerte de política de la memoria, pensar y reflexionar qué tipo de memoria está decretando la historia oficial, y qué tipo de memoria está quedando sepultada según mi punto de vista, como estrategia política para que el futuro vuelva a repetir el pasado cuando lo crea necesario.
Primer punto: los máximos responsables de estos crímenes son los militares de la junta y todos aquellos que participaron del plan de exterminio y limpieza ideológica. Hoy en día no hay duda de que esto es así, pero si nos preguntamos por qué esto se llevó a cabo, podemos ir más lejos. Este plan sistemático no nació de la noche a la mañana, y según fuentes serias esto venía gestándose hacía más de un año antes del golpe. Pero ¿por qué? Pocos recuerdan hoy el Plan Condor, que nucleó a todos los máximos jerarcas militares de Latinoamérica para declararle la guerra a la amenaza comunista que se extendía rápidamente por las américas. El Pentágono y la CIA adiestrando en torturas y asesinatos a aquellos que en realidad nos tendrían que haber defendido de estos asesinos sin escrúpulos. El Canibalismo Financiero, de la mano de políticas neoliberales para países subdesarrollados (obvio), fueron el gran motor de este plan sistemático a gran escala que desencadenó el vergonzoso genocidio que tiñó de sangre a toda América (menos la del norte). Memoria sesgada, mutilada, desaparecida también. Somos víctimas de esta falta de memoria que no nos permite entender el encarnecido odio que llevó a los argentinos a matarse entre sí para que se los terminaran de devorar los de afuera. 
Punto dos: con el tiempo se ha creado un estereotipo de los treinta mil desaparecidos, estos fueron montoneros, militantes peronistas, gremialistas o guerrilleros tira bombas. No puedo hablar de porcentajes porque lo ignoro, pero está claro que una gran parte de los desaparecidos no pertenecían a estos grupos, sino que eran personas verdaderamente capacitadas por una conciencia nacional para sentar las bases de un verdadero cambio político en nuestro país. Y nada más peligroso para el canibalismo financiero que una revolución política en una colonia del tercer mundo. Nada más lejos de la verdad que pensar que las personas desaparecidas eran enemigos de los militares asesinos si tenemos en cuenta que esta fuerza de cambio nace en plena democracia, o mejor dicho, antes del golpe de estado. Nada me revuelve más el estómago que escuchar a aquellos que usan el nombre de los desaparecidos para defender la causa democrática, como si ellos hubieran sacrificado sus vidas por este sistema de gobierno. Eso es ensuciar la memoria, bastardearla, tergiversarla. Incluso las madres han salido a defender esta democracia de cuarta en nombre de sus hijos muertos, que en realidad estaban luchando por cambiar estas formas de la corrupción y la decadencia social, no de consolidarlas. No sólo creían posible una nueva política, sino que estaban profundamente comprometidos con llevarla a cabo, terminando con la política del clientelismo y la avaricia insensible. La historia oficial sigue haciendo fuerza para que quede grabado en la memoria social que los desaparecidos lucharon por la democracia, por este tipo de forma de gobierno. Memoria mentirosa, profanadora.
Tercero: el advenimiento de la democracia en el 83 parecía marcar una diferencia y una esperanza real. Juicio y castigo, conciencia tranquila, todos en paz. Hubo juicio y hubo castigo. También obediencia debida y punto final. Tiempo después los indultos y la impunidad absoluta. La justicia de la democracia, la dictadura disfrazada de libertad. El canibalismo financiero y el neoliberalismo siguen cambiando sus disfraces, y los bufones siguen haciéndole fiesta al Rey. Los nuevos desaparecidos ya no son víctimas de los paramilitares, sino de los ajustes, la desocupación, el hambre, la falta de salud, la deuda externa, los gatillo fácil, la ignorancia, el egoísmo, las medidas económicas, la lógica de mercado, la cotización del dólar, la mentira, la impunidad, la complicidad política, la privatización de lo que no se puede privatizar, etc., etc. Consecuencia directa de toda una generación de desaparecidos, aquellos que tenían un proyecto político nuevo y la capacidad y el compromiso de llevarlo a cabo. No podemos creer entonces que ellos murieron defendiendo la causa democrática, en todo caso tenían proyectos de un nuevo modelo político para un nuevo modelo de país y de sociedad. Memoria asfixiada, ahogada, reprimida.
Con esto quiero decir que somos víctimas de una sola memoria, que no nos deja ver más allá ni más acá. No podemos seguir pensando que las únicas víctimas de nuestra historia desaparecieron mientras la dictadura militar se apropió del gobierno. También están los desaparecidos de la democracia, generaciones enteras sumidas en la ignorancia, discapacitadas por el hambre, desplazadas por la falta de oportunidades, echadas a patadas por poseer inteligencia que ofende al poder, y políticamente inútiles por tener las esperanzas muertas y los horizontes cerrados.¿Qué diferencia existe entre la dictadura militar y la democracia si las dos representan la impunidad, el asesinato, el neoliberalismo, la antropofagia, lo antinacional? Por supuesto que hay que elegir lo menos malo. Pero ¿no estamos hartos ya de elegir entre lo malo? ¿Y lo mejor, siempre está por venir? ¿Y los San Martín? ¿Y los Che Guevara? ¿Por qué terminan exiliados, por qué hacen revoluciones en otras tierras?
¿Y la memoria? La memoria se construye, sobre todo la de las generaciones que no vivieron lo que hay que recordar. Pero qué futuro político podemos esperar si nuestra memoria está manchada con odios vacíos y mentiras que se repiten apelando a la memoria. Los genocidas están libres, pero todos aquellos que hicieron posible su libertad también, y de ellos nadie habla, nadie los quiere encerrar. Queremos ser libres a medias, queremos una justicia a medias, una memoria partida al medio.Para que lo peor no se vuelva a repetir, primero hay que querer lo mejor, no simplemente desear que lo peor no se repita, deseo decadente, pensamiento negativo. Para querer lo mejor hay que tener o desarrollar un compromiso a ultranza, sin medias tintas. Una política nueva se construye con un pensamiento revolucionario, y este se hace con una revolución en las prácticas políticas. Las prácticas políticas son inclusivas y pluralistas, flexibles y dinámicas. La virtud de esta nueva política debe ser la economía del don (no del mercado), en donde todo se distribuye sin que se produzcan grandes acumulaciones, sin bancos ni sistemas financieros. Esa es la base de la justicia. Aquí deben sentarse las bases de la memoria, precisamente en la cuestión eludida, en lo premeditadamente olvidado, en lo verdaderamente revolucionario del acontecimiento. La memoria, que es el pasado, tiene que alimentar y potenciar el presente para poder modificar el futuro, cortando así la rueda del eterno retorno de lo mismo (la decadencia). La memoria tiene que tener olor a revolución, a compromiso. Porque cuando la fuerza de la justicia no alcanzó, entonces la justicia de la fuerza se hizo necesaria, y los militantes de esa justicia sacrificaron todo por ella, porque era lo único que tenían; fueron consecuentes.Eso es lo que se quiere olvidar, que cuando la fuerza de la justicia no alcanza, está la justicia de la fuerza, que es la acción de la política revolucionaria. Si se quiere rendir honor a los desaparecidos, y construir una memoria que rompa con la repetición, entonces hay que empezar por aquí.

Calostro de Lesbos y la Fenomenología del Plagio




Tal vez no me cure con estas palabras que solo sirven de relleno barato a este vacío de domingo y soledad, a este careo conmigo mismo que me pone incómodo y hasta me crispa los nervios como si estuviera en una primera cita, en medio de un pozo lleno de silencio irrompible, de incógnita pura, de vergüenza ajena. Por eso escribo, es una forma de evadir a eso que está detrás de las palabras y que a veces se insinúa en el silencio y la soledad con un agarrotamiento existencial, con una pregunta que no se puede cifrar porque no tiene respuesta alguna, y así quedan dos paréntesis vacíos entre dos signos de pregunta que no interrogan nada sino que desnudan una perplejidad que no puede mirarse al espejo, que no puede decir yo, ni mío, sino que tácitamente se fuga por la tangente de una circunferencia inconmensurable, porque no está el centro, porque el perímetro de algún límite entrevisto se deshace en un vidrio empañado por la soberbia de alguien que dice este soy yo.

Y este que soy yo se derrumba en la vorágine de los significados que se fugan de estas palabras para mentirlo todo, para falsearlo con el color de lo definido y comprensible, sin saber que todo se deforma y se expande como un gas que se puede oler pero no se puede atrapar ni circunscribir. Este que soy yo es mentido y desfigurado en el tejido absurdo de los verbos y los cristales afantasmados de los sustantivos. Este que soy yo deja de ser para que una ficción ocupe su lugar haciéndolo existir, diciéndole lo que es y cómo es. No hay nada más seguro que eso.

Poder hablar de uno mismo, escuchar de labios ajenos nuestro nombre unido a adjetivos y verbos, saber que existimos porque las palabras nos reconocen pero en el fondo el silencio, ese sucio estanque de aguas de plomo en donde a veces caemos y nos sumergimos para salir llenos de angustia, con la boca sucia de tanto haber tragado el agua pesada del estanque, con la lengua paralizada porque ahora puede sentir que las palabras resbalarán sin sentido, puros ruidos que no hacen más que repetir viejos ruidos como absurdos ecos de un pasado que también es futuro pero que nunca llega al presente, porque para hacerse presente primero tiene que desaparecer, tiene que dejar de ser ruido para trasuntar lo silencioso que nos deja de canto entre el ser y la nada, como un perfil de hoja que solo existe en dos dimensiones porque su tercer costado es inútil.

Sí señor, ese que soy yo está en ese costado inútil, en esa costilla rota que es puro dolor, en ese filo de la existencia que atraviesa todo dividiéndolo en dos, multiplicando lo singular, complicando las cosas simples en fetas de fiambre barato que salen del mismo embutido. *Todo está siempre en la punta de la lengua, pero cuando debe ser dicho se esfuma dejando un sabor lejano pero familiar, una ausencia manifiesta en huella de huella, como una cama vacía con sus sábanas revueltas que parecen insinuar una silueta aniquilada por el despertador y cinco minutos más de sueño. Todo se esfuma en la punta de la lengua para que el tiempo transcurra en ese olvido dialéctico, en ese mecanismo cronológico de la amnesia metaneurálgica.

El tiempo nos abandona en algún sótano del cosmos para que seamos olvidados en el tiempo, ya que en un tiempo infinito no hay nada que pueda ser recordado, menos todavía una existencia tan miserablemente finita, tan granito de arena en el bolsillo de un pantalón perdido o enterrado en un universo de dimensiones irracionales. Solo una fracción inútil, un perfil de canto que consumen las llamas del tiempo para reducirlo a cenizas que serán algo más que simple hollín, que esparcirán en un eterno desencuentro a eso que soy yo, o que fue, o será, o quien sabe qué.

Quién sabe qué, quién sabe nada; saber nada es lo único que sabemos, y no es socratismo ni falsa modestia, porque en el fondo hay otra superficie que nos deja perplejos, otro cielo, otra fuga hacia lo infinito; un estanque sin fondo, doble superficie que aniquila cualquier geométrica posición, cualquier lógica bananera. Por eso el filo de la hoja, esa profundidad inútil que hace que la hoja sea algo, esa doble superficie que se da la espalda, que permite que algo sea escrito en dos dimensiones, en doble sentido, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, por delante y después, por antes y atrás. Y la docta ignorancia con su diploma de cristo redentor, con su tesis onomatopéyica pero científica, con su saber abalado por tautológicos cotorreos y moralismos de perfume escolástico…

Por eso siempre decir lo mismo, repetir las mismas palabras que solo refieren a otras palabras y no al mundo, como pretenden los falsos teólogos de la ciencia y los materialistas del empirismo ultrarrealista archidogmático. El mundo en su manso silencio y nosotros en nuestras esquizóides palabras. El trabalenguas de la vida en un laberinto de lenguaje, de pasadizos esdrújulos y esquinas agudas como una daga, de graves retornos a lo tautológico y al cotorreo infernal de estar hablando siempre lo mismo con el agravante de no darnos cuenta y creernos tan originales, tan descubridores de un nuevo mundo, tan patéticos fantoches.

Nietzsche Guevara - Revolucionario bohemio


Cómplices


¿Qué es la justicia? ¿Cuál es la esencia de lo justo? Estas preguntas se anulan cuando el Estado reprime al pueblo que pide pan y trabajo, porque el pan y el trabajo han desaparecido detrás de la desmedida codicia del canibalismo financiero, se anula cuando vemos ciegos de rabia a niños desnutridos en el paraíso de las vacas gordas, se anula cuando la democracia se viste de impunidad y se convierte en un nuevo tirano, se anula cuando queríamos que se vallan todos, y los únicos que se fueron son nuestros hijos y nuestros nietos a tierras extrañas en busca de respeto y nostalgia, se anula cuando las esperanzas mueren marchitas en la demagogia política que dice pero no hace, se anula cuando matan a nuestros maestros queriéndonos enseñar lo que es el poder del orden y el orden del poder… en fin, se anula cuando nos anulan, cuando quedamos nulos en la apatía y la desesperanza. La pregunta se repite y se reformula: si la fuerza de la justicia se anula, entonces, ¿impera la justicia de la fuerza?
Isaac Asimov decía que la violencia es el último recurso de los incompetentes, y en Argentina los incompetentes están en el poder con el inalienable título de Honorable Traidor. Esta especie canalla de animal político se reproduce de manera alarmante y desafía las leyes darwinianas de la evolución animal, ya que no solo degenera e involuciona, sino que crea las circunstancias para su subsistencia, no se adapta a ellas. Como no tiene fuerza creativa ni tampoco grandes metas, sólo puede destruir y operar por contagio. Es una peste, así domina. Como un cáncer va pudriendo todo lo que entra en contacto a su alrededor, alienándolo y endureciéndolo hasta la rigidez total. ¿Es un organismo inteligente aquel que colapsa en su propia estupidez? ¿Estamos ante un caso de ignorancia pandémica? La ignorancia no es contagiosa, pero es cómoda. Hoy en día se la elige con orgullo porque está de moda; es parte del confort moderno, es condición de posibilidad de este modelo antropófago neoliberal.
Santa ignorancia. A ella le raza la empequeñecida política. Por eso se destruye la educación y se le pierde respeto a los maestros y se los mata. Es un síntoma de miedo de los cómodos, los canallas y los hipócritas. Cuando al fundamentalismo democrático se le caen las máscaras, los tiranos y los cómodos tiemblan, y la sangre corre por las páginas de nuestra historia, agregando un capitulo vergonzoso a esta odisea. ¿Cuántas generaciones fueron amputadas de este libro argentino? ¿Cuántas promesas y futuros nobles prendieron fuego los genocidas que tomaban la ostia y hablaban por Dios y la Patria? ¿Cuántos desaparecidos? ¿30000 nada más? ¿Y los que desaparecieron en democracia por el hambre, el desempleo, la vejez en la miseria, la corrupción, la complicidad, la deuda externa y eterna, el indulto, etc., etc.? ¿Y los que se van del país, no son desaparecidos también? No seamos víctimas de una sola memoria. La gente sigue desapareciendo y el futuro se muere cada vez más rápido en el pasado, como una utopía más.
La gran estrategia política es la de echarle la culpa al otro, ellos nunca son responsables de nada, la culpa la tiene el pasado, un pasado que nadie puede exorcizar. El futuro existe para inventar ilusiones y nuevas esperanzas que hipotecan el presente, posponiendo siempre para mañana los grandes valores que la humanidad persigue: equidad, justicia, libertad. Es la zanahoria que cuelga delante de nuestras narices, es el deseo inútil, el esfuerzo siempre frustrado, el sacrificio en vano. Entonces el vicio político se hace patológico, y todos terminamos culpando a los demás por nuestros males y frustraciones. Ahora tampoco somos responsables de nada. Nuestras vidas están en manos de otros, nuestro destino está atado a un poder contra el cual nada podemos hacer. Aquí está la raíz de la indiferencia, la apatía, el desinterés, el resentimiento, el odio, el egoísmo. Así gana la política canalla, ni ellos son responsables por el pasado, ni nosotros nos sentimos responsables por el futuro. Es más fácil obedecer y callar, es lo que nos enseña el poder; los que alzan su voz siempre tienen problemas. Es la cultura de la debilidad y la mansedumbre, es la moda de lo vulgar y lo mediocre. Nadie se mete, salvo cuando los esclavos políticos sienten tocados sus intereses y amenazadas sus posesiones; así los hipócritas bautizan causa nacional al peor de los egoísmos.
Todos somos cómplices en alguna medida. Hasta que no entendamos esto no esperemos nada mejor. No podemos estar contentos con una democracia que es pura máscara; no basta con solo ir a votar, eso no es ser democrático. Un ciudadano tiene que construir el futuro creando nuevos valores y nuevas metas, y sentirse responsable de lo más grande y de lo más pequeño, de su propia vida así como la de los demás. A esto llamo compromiso. Ser es hacer.
Entonces, ¿la fuerza de la justicia o la justicia de la fuerza?

Sin pelos en la lengua




Por Vito Sosa
Escribidor



Tenía pelos en la lengua. Lo noté una mañana después de lavarme los dientes y sentir que algo me raspaba el paladar. Fue duro creerlo, y asqueroso soportarlo. Al principio fue como una pequeña barba, algo que ensombrecía mi lengua, pero que raspaba por dentro y en ciertas oportunidades me daba náuseas. Los médicos me hablaron de un desequilibrio hormonal, me recetaron medicamentos y recomendaron estudios y análisis varios. Salí del centro médico con la sensación de que se habían reído de mí, que me habían atendido como si yo fuese la mujer barbuda.
Volví al mes, cuando los pelos de mi lengua tenían ya tres centímetros de largo. No solo era repugnante comer y beber con ellos, sino que ya me costaba hablar con claridad, las “eses”, “erres”, “enes”, “g” y “d”, me resbalaban o se perdían en un zumbido peludo. El mal aliento era constante debido a que los pelos y la saliva lograban una mezcla letal de pantano, de verdín y restos de comida. Lo peor era que yo a esa altura me había acostumbrado, pero no mi familia ni mi novia, que decidió alejarse por un tiempo hasta que yo resolviese mi problema. No la culpo a Irene por su decisión, el error fue mío al besarla en la boca sin decirle nada; casi se desmaya después de haber vomitado hasta el vacío; creo que todavía me odia. Irene, te pido perdón.
Los médicos habían decidido rasurarme la lengua y comenzar con el tratamiento hormonal. Fue un rotundo fracaso. Los pelos comenzaron a crecer con más rapidez y fuerza. A los cinco días tenía una bola de pelos en mi boca que no me dejaba hablar, frecuentemente me atragantaba con un mechón que caía por mi garganta; un día casi me muero atragantado por un exceso de tos y pelos. Mi vieja comenzó a rasurarme la lengua todos los días para que pudiera comer, pese a la insistencia de los médicos que ya querían internarme y llevarme no sé a que simposio. Me negué a seguir con el tratamiento que parecía empeorar el cuadro, pero empecé a preocuparme al ver que ni bien me rasuraban la lengua los pelos ya estaban ahí creciendo a una velocidad descomunal. Pensé en cortarme la lengua, pero temí que los pelos comenzaran a crecer por otros lados… quien sabe, podrían empezar a crecerme pelos en los ojos, lo que me impediría cerrar los párpados y luego ver, y lo peor de todo sería que no podría rasurarme los ojos sin lastimarlos, corriendo el riesgo de quedarme ciego. También podrían salirme pelos en las manos al punto de impedirme agarrar cosas, o en los oídos hasta dejarme sordo o hacerme estallar la cabeza por dentro debido a la presión que haría la bola de pelos… estaba condenado a la incertidumbre de no saber hasta cuando tendría que vivir con pelos en la lengua, que ya a esta altura me salían por la boca en una asqueroso mechón húmedo y maloliente.
El día en que la idea del suicidio rondaba por mi cabeza como última alternativa, ocurrió lo que yo hubiese sido incapaz de pensar. Mamá y Carolina discutían en la cocina a los gritos, los insultos y los golpes bajos se dejaban oir sin pudor, mis nervios comenzaban a desatarse peligrosamente, no me podía concentrar, no podía resolver si matarme con un arma o colgarme o cortarme las venas (ahogado jamás… tampoco el fuego o el tren). Entré furiosos a la cocina con el revolver del abuelo, dispuesto a matarla a las dos y después cortarme la lengua (a ver qué pasaba, no me iba a matar así porque sí), cuando escuché la última frase que pronunciara mamá antes del silencio cortante: “…te digo lo que siento porque yo no tengo pelos en la lengua querida…”. Fue más que suficiente para que mi mente quedara en blanco, para que el arma cayera al piso, para que se iluminara desde la nada la solución, la respuesta, la dicha, la felicidad. Un instante fuera del tiempo, en donde Carolina empezó a reír al ver el mechón de pelos saliendo de mi boca como una cola de caballo, una situación absurda y cómica prendida a las últimas palabras, que seguían rebotando en mi cabeza junto a las carcajadas que ya rozaban la insolencia. Carolina lloraba de la risa y mamá se las tragaba por respeto. Como pude les empecé a cantar las cuarenta a las dos, entre zumbidos peludos descargué el odio guardado por tantos años, los reproches miserables que se pudrían dentro, escupí sus máscaras hipócritas y las mías también, y confesé las ganas terribles de matarlas y cortarme la lengua… cuando salí de la cocina las carcajadas seguían rebotando por toda la casa, pero ya no me afectaban, me había sacado un gran peso de encima, me había liberado y ahora estaba dispuesto a ir hasta el final, era mi cura, el único camino.
Estaba tan extasiado por esta liberación que hasta en la calle le decía a las personas lo que pensaba de ellas, SIN PELOS EN LA LENGUA; horrorizados me miraban, se persignaban, huían. En la oficina me sacaron a patadas mis propios jefes, les dije lo que en cinco años no me atrví a decir, mientras me arrastraban por el pasillo les gritaba a Victor, a Marcelo, a Laura, a todos los que me miraban anonadados cómo me arrastraban hacia la salida, cómo los odiaba, lo tanto que los aborrecía, lo mucho que me gustaría verlos en la miseria, aplastados por la desgracia, la adrenalina y la situación misma me excitaba cada vez más. Visité a los pocos amigos que tengo (o mejor dicho que tenía) y les vomité con detalles todo lo que me había guardado y más. Cuando llegué a la casa de Irene, ya se me habían caído casi todos los pelos de la lengua, lloré de felicidad y de tristeza cuando escuchó las confesiones crueles y ruines que le hice. Eso sí, tuve la delicadeza de pedirle disculpas por el incidente del beso peludo. Igualmente me mandó a cagar.
No me volvieron a salir más pelos en la lengua. Tampoco puedo hacer amigos ni conseguir trabajo. En cuanto digo lo que pienso se me cierran todas las puertas. Nunca pensé que vivir sin pelos en la lengua iba a resultar más difícil que tenerlos. Me quedé sin familia, sin amigos, sin trabajo, cualquier desconocido se enoja conmigo en cuanto le digo algo. Quizás me tome demasiado enserio esto, al punto de convertirme en un cínico, un indeseable. Pero hay algunos locos por ahí que me escuchan y se ríen, (la verdad, sobre todo de sí mismos, les da gracia, les divierte la caricatura) que me dan la razón y me dicen que el mundo todavía no está preparado para una persona como yo. Esas son las únicas personas que de vez en cuando me tiran un cobre para que pueda comer algo, que me dan alguna pilcha vieja o una viandita con lo que sobró de anoche. Me gusta estar con ellos porque me convidan cigarrillos y me escuchan y se ríen y me dicen que sí, que es verdad, mientras me dan unas palmaditas en la espalda y me invitan a seguir mi camino para que no los moleste más; ya lo sé que es así, y se los digo, y se los digo siempre que paso, porque si hay algo que no tengo son pelos en la lengua, cualquier cosa menos pelos en la lengua.

Macedonio Meconio - El arte de pensar el arte



La filosofía y la música


El filósofo no solo es un pensador, también es un artista, un creador; pero no puede lo que el músico: llegar a la esencia misma de las cosas de forma directa. El filósofo depende del lenguaje de las ideas y los conceptos, muestra de forma indirecta. La música es un lenguaje directo, hay una conexión inmediata con su ser. Pero sin embargo cuando nos preguntamos qué es o qué nos quiere decir, nos encontramos en un problema. Se cuenta que cuando un conocido músico terminó de tocar su piano alguién le preguntó qué significaba eso, él como simple respuesta se sentó y tocó nuevamente. ¿Cómo explicar entonces qué es la música?. En la música hay algo de inexpresable pero sabido, es extremadamente extraña su familiaridad. La música nos pierde, nos eleva a experiencias intransmisibles o nos deja suspendidos sobre abismos. Pero también nos conecta con lo más propiamente humano: cuando suena la música el hombre baila y se siente dios, es feliz, liviano, inocente. Por eso dijo Nietzsche: "La vida sin música sería un error". Su maestro Schopenhauer, otro melómano, ya había hecho su intento de pensar lo imposible. Sus pensamientos sobre lo que significa la música son producto de una prodigiosa sensibilidad. Rescatarlos es casi un deber. Pensarlos y sentirlos una obligación.

Aquí unos fragmentos de su pensamiento.




***


Arthur Schopenhauer

La música no expresa nunca el fenómeno, sino únicamente la esencia íntima, el en sí de todo fenómeno; en una palabra, la voluntad misma. Por eso no expresa tal alegría especial o definida, tales o cuales tristezas, tal dolor, tal espanto, tal arrebato, tal placer, tal sosiego de espíritu, sino la misma alegría, la tristeza, el dolor, el espanto, los arrebatos, el placer, el sosiego del alma. No expresa más que la esencia abstracta y general, fuera de todo motivo y de toda circunstancia. Y sin embargo, sabemos comprenderla perfectamente en esta quinta esencia abstracta.

La invención de la melodía, el descubrimiento de todos los más hondos secretos de la voluntad y de la sensibilidad humana es obra del genio. La acción del genio es allí más visible que en cualquier otra parte, más irreflexiva, más libre de intención consciente; es una verdadera inspiración. La idea, es decir, el conocimiento preconcebido de las cosas abstractas y positivas, es aquí absolutamente estéril, como en todas las artes. El compositor revela la esencia más íntima del mundo y expresa la sabiduría más profunda en una lengua que su corazón no comprende; lo mismo que una sonámbula da luminosas respuestas acerca de las cosas que no tiene conocimiento ninguno cuando está despierta.

Lo que hay de íntimo e inexpresable en toda música, lo que nos da la visión rápida y pasajera de un paraíso a la vez familiar e inaccesible, que comprendemos y no obstante no podríamos explicar, es que presta voz a las profundas y sordas agitaciones de nuestro ser, fuera de toda realidad, y por consiguiente, sin sufrimiento.

Así como hay en nosotros dos disposiciones esenciales del sentimiento, la alegría y la aflicción, o por lo menos la melancolía, así también la música tiene dos tonalidades generales correspondientes, mayor y menor, el sostenido y el bemol, y casi siempre está en la una o en la otra. Pero, en verdad, ¿no es extraordinario que haya un signo para expresar el dolor, sin ser doloroso físicamente ni siquiera por convención, y sin embargo, tan expresivo que nadie puede equivocarse, el bemol? Por esto puede medirse hasta qué profundidad penetra la música en la Naturaleza íntima del hombre y de las cosas.
En los pueblos de norte, cuya vida está sujeta a duras condiciones, sobre todo en los rusos, domina el bemol hasta en la música de iglesia.
El allegro en bemol es muy frecuente en la música francesa y muy característico. Es como si alguien se pusiera a bailar con unos zapatos que le hacen daño.

Las frases cortas y claras de la música de baile; de aires rápidos, sólo parecen hablar de una felicidad vulgar, fácil de conseguir. Por el contrario, el allegro maestoso, con sus grandes frases, sus anchas avenidas, sus largos rodeos, expresa un esfuerzo grande y noble hacia un fin lejano, que se concluye por alcanzar. El adagio nos habla de los sufrimientos de un grande y noble esfuerzo que menosprecia todo regocijo mezquino. Pero lo más sorprendente es el efecto del bemol y del sostenido. ¿No es asombroso que el cambio de un semitono, la introducción de una tercera menor en lugar de una tercera mayor, dé en seguida una sensación inevitable de pena y de inquietud, de la cual nos libra inmediatamente el sostenido? El adagio en bemol se eleva hasta la expresión del más profundo dolor, se convierte en una queja desgarradora.

Una sinfonía de Beethoven nos descubre un orden maravilloso bajo un desorden aparente. Es como un combate encarnizado, que un instante después se resuelve en un hermoso acorde. Es el rerum concordia discors (adecuación del discurso con la cosa) una imagen fiel y completa de la esencia de este mundo, que rueda a través del espacio sin premura y sin descanso, en un tumulto de formas sin número que se desvanecen sin cesar. Pero al mismo tiempo, a través de la sinfonía, hablan todas las pasiones y todas las emociones humanas, alegría, tristeza, amor, odio, espanto, esperanza, con matices infinitos, y sin embargo, enteramente abstractos, sin nada que los distinga unos de otros con claridad. Es una forma sin materia, como un mundo de espíritus aéreos.

Después de haber meditado largo tiempo acerca de la esencia de la música, les recomiendo el goce de este arte como el más exquisito de todos. No hay ninguno que obre más directa y hondamente, porque no hay ningún otro que revele más directa y hondamente la verdadera naturaleza del mundo. Escuchar grandes y hermosas armonías es como un baño del alma; purifica de toda mancha, de todo lo malo y mezquino, eleva al hombre y lo pone de acuerdo con los más nobles pensamientos de que es capaz, y entonces comprende con claridad todo lo que vale, o más bien, todo lo que pudiera valer.

Cuando oigo música, mi imaginación juega a menudo con la idea de que la vida de todos los hombres, y la mía propia, no son más que sueños de un espíritu eterno, buenos o malos sueños; de que cada muerte es un despertar.




***


Ahora solo queda escuchar, sentir. Elijo el segundo movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven porque me parece la música más acertada para pensar en esto, para sentir aquello que nos toca. Si se animan, opinen si este sabio alemán estaba en lo cierto...