La muralla de la demagogia

Por Justo Laposta
Filosofista - Opinólogo

Contemporáneo de las guerras de Aníbal, Shih Huang Ti, rey de Tsin, redujo a su poder los Seis Reinos y borró el sistema feudal: erigió la muralla, porque las murallas eran defensas; quemó los libros, porque la oposición los invocaba para alabar a los antiguos emperadores.
Quemar libros y erigir fortificaciones es tarea común de los príncipes; lo único singular en Shih Huang Ti fue la escala en que obró. Así lo dejan entender algunos sinólogos, pero yo siento que los hechos que he referido son algo más que una exageración o una hipérbole de disposiciones triviales.
Cercar un huerto o un jardín es común; no, cercar un imperio.
Tampoco es baladí pretender que la más tradicional de las razas renuncie a la memoria de su pasado, mítico o verdadero. 
Tres mil años de cronología tenían los chinos (y en esos años, 
el Emperador Amarillo y Chuang Tzu y Confucio y Lao Tzu), 
cuando Shih Huang Ti ordenó que la historia comenzara con él.
Borges – La muralla y los libros


El pecado capital de todo político es querer que la historia comience con él. Ya está en desuso eso de quemar libros y herejes. Hoy es mucho más efectivo la infinita repetición de un nuevo “revisionismo histórico” a medida, que vuelva a reescribir los libros; y la descalificación de los opositores y voces críticas, para anularlos en el panteón de los cipayos y vendepatrias.
La Argentina no tiene 5000 años de historia como los chinos, pero algunos personajes de nuestra historieta han querido quedar en los libros como grandes emperadores. El ejemplo emblemático fue Perón, quien fundó el Partido Justicialista y una nueva dinastía política que dejó profundas huellas en la historia nacional. Luego lo tenemos a Menem, la antítesis de Perón, el hijo bastardo de la derecha peronista, que quiso quedar en la historia desandando el camino hecho por el general. Y en las últimas hojas de nuestro libro aparece el matrimonio Kirchner, quienes se proclamaron hijos legítimos de la izquierda peronista, y por eso mismo se propusieron como Shih Huang Ti, quemar todos los libros (o reescribirlos como en “1984” de George Orwell) y construir una gran muralla para que la historia comience con ellos.

Sin embargo ningún peronista quiere que la historia empiece con ellos, para eso ya está el viejo testamento con su propio Moisés y la tierra prometida, es decir, Perón y la justicia social. En realidad, lo que quieren los “Neoperonistas” es que el nuevo testamento comience con ellos, ser el mesías, el cordero de Dios, que trae la buena nueva para la salvación de los pecados pasados. Para eso la historia ha sacrificado muchos inocentes, mientras los viejos profetas juraban la venganza en manos del Salvador: -Él volverá a traer la justicia para que las almas de los mártires puedan por fin descansar en paz!
No es muy difícil reescribir la historia política a través del simbolismo teológico para darla a todas aquellas almas sufrientes, a todos aquellos sedientos de justicia, para que se conviertan en nuevos fanáticos que aplauden y vitorean en medio del apocalipsis. Los evangelistas del nuevo testamento saben muy bien que no hay cuerpo resucitado, sino un cadáver descompuesto que hay que disimular bajo las santas túnicas de una retórica que hipnotiza hasta los espíritus más inteligentes. Ya no alcanzaba solo con multiplicar el pan y el vino en las choriziadas de Plaza de Mayo, había que refinar la mentira para los de panza llena y cerebro bien peinado. Había que tocar hondo en su corazón, apelar a décadas de indignación y sueños frustrados, a deseos de venganza, a revanchismos partidarios, y por fin, a la reivindicación de una Argentina en serio.
Por eso construyeron una gran muralla como nunca antes la política argentina había hecho. Esta muralla no está hecha de piedras, ni de libros, ni de dinero. Está hecha sobre discursos, sobre huecos ladrillos de palabras, que rodean su fortaleza y la hacen inmune a la realidad. Estos discursos sacados del mejor manual de Arturo Jauretche, los vistieron de un progresismo implacable, de un antiimperialismo intransigente y sobre todo, de los grandes restauradores de los derechos humanos. 


Pero sin embargo, formalmente, estructuralmente, económicamente, financieramente, nuestro país sigue los mismos senderos inaugurados por la última dictadura militar. 

Por eso debiéramos hacer como Shih Huang Ti, quemar todos los libros y derribar la muralla, para que la historia, de una vez por todas, comience con nosotros.