De la Tragedia al Vodevil Democrático

Por Justo Laposta
Filosofista - Opinólogo


"Pero si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento"
George Orwell




Lo tengo en la punta de la lengua. Está la idea, clara, concreta, definida, pero no aparece la palabra. Está en la punta de la lengua, esperando ser dicha, pero es como una sombra o como una huella en la arena, una ausencia concreta del sujeto. Las palabras a veces vienen después, como el trueno que sucede al relámpago; o aparecen antes, impertinentes, para desplegarle la alfombra roja a una idea inesperada. Pero no hay ultraje más grande que cuando nos sacan la palabra de la boca. No es por el simple hecho de que alguien se nos adelantó al hablar, sino porque literalmente sentimos que nos metieron la mano en la boca y nos arrancaron las palabras de la punta de la lengua. Esta imagen rompe con el prejuicio idealista de que el lenguaje es esencialmente abstracto, que pertenezca al reino celestial de las ideas. El lenguaje es un órgano más, como el hígado, los intestinos o el corazón, o todos juntos. Porque las palabras a veces nos duelen, a veces nos hacen reír, las hay amargas o dulces, ácidas, insípidas, otras nos montan en cólera, otras que matan o hieren, están las que dan órdenes, las que bautizan, las que cantan, las que enamoran. Las palabras son tan concretas como los ladrillos de un muro, como la materia misma del mundo que nos rodea. Y no hay institución que sepa mejor esto que la política.
A lo largo de la historia de nuestra cultura, la literatura y la filosofía han pulido y enriquecido el lenguaje de una manera extraordinaria. Por eso el poder político ha prendido hogueras tan grandes en donde ardieron libros y seres humanos, cuando no brujas. Sin embargo con el tiempo se aprendió la lección, y se dejaron de lado estas prácticas que promovían mártires revolucionarios y encendían la insoportable curiosidad de lo prohibido. El siglo XX fue muy fructífero, sobre todo después del nazismo y su descomunal aparato de propaganda. El nuevo orden mundial surgido de la segunda guerra sembró el terror por todo el globo terráqueo y exterminó el romanticismo revolucionario que quería cambiar el mundo. La tierra volvió a ser plana y fue puesta en el centro del universo financiero. La teología del libre mercado fue impuesta como enseñanza obligatoria y modo de vida de los civilizados. Este achatamiento universal globalizó la ética utilitaria y la moral de esclavos, tarea evangelizadora que llevaron a cabo los medios de comunicación con una efectividad nunca antes vista. De esta manera el sistema democrático resultó ser el mejor molde de la mediocridad política, en donde las masas delegan el poder a sus representantes. Es la “representación” del poder, no el Poder mismo. Es el triunfo del idealismo. La coronación de la demagogia por sobre cualquier arte de la retórica.
Enrique Symns decía que de las tragedias griegas, la más mediocre es la democracia. Pero en pleno siglo XX cambió al género del absurdo para luego convertirse, en nuestros días, en una parodia de sí misma. Y en este simulacro político los espectadores pagan una y otra vez una entrada carísima, para ver cómo las caricaturas grotescas que eligieron no tienen nada nuevo para decir, sino viejos libretos que interpretar. A pesar de lo malo y patético del espectáculo, el público se emociona y aplaude de pie; otros pocos, se levantan y se van ofendidos por tamaña estafa, sin pedir reintegros.
Quizás acá radique el secreto de cómo la política se hizo inmune a la realidad de los hechos, esto es, convirtiéndose en un espectáculo. A veces es una tragedia, a veces una comedia, otra una sátira, una parodia o un vodevil. Pero jamás debe tomarse en serio a sí misma, porque entonces se acaba la magia que da el escenario. Al espectador no le importa si lo que ve o se dice se corresponde con la realidad de los hechos, sino que la interpretación y la representación estén bien logradas. 
"Cualquier parecido con la Realidad es mera coincidencia", debería rezar el eslogan de cualquier campaña política, y por qué no, el preámbulo de la constitución nacional.