Fallin' Floyd de Albert 't Hooft & Paco Vink


directed by: Albert 't Hooft & Paco Vink
screenplay: Albert 't Hooft & Paco Vink
animation 2D: Jelle Brunt, Paco Vink, David Muchtar, Ruben Zaalberg, Merel van den Broek
backgroundart: Ben Vinkenburg, Paco Vink
clean-up: Albert 't Hooft, Junaid Chundrigar
animation 3D: Robin Niekerk, Ben Vinkenburg
compositing & Effects: Albert 't Hooft, Kaspar Guyaux
music: Martin Fondse
foley, sound & mix: Jeroen Nadorp at Bob Kommer Studios
production: Chris Mouw
executive producers: Arnoud Rijken & Michiel Snijders

Problemas de Metaphysica Vulgaris

Vito Sosa
Escribidor








¿Me cuidás el lugar?, dijo la señora que tenía delante en la cola del banco. Ahora enseguida vengo, aseguró mientras yo me terminaba de tomar el agua de la botellita, y le decía que sí con la cabeza mirando el lugar que había dejado vacío la doña. Miré al hombre que estaba detrás de mí y le sonreí cómplice con un gesto de qué-se-le-va-hacer. Me miró por encima del diario que leía y volvió a bajar la vista como si no hubiese pasado nada a su alrededor. El lugar que yo tenía que cuidar, el espacio vacío que había dejado la señora, era difícil de determinar, no podía hacerme una idea holográfica del espacio cúbico que había ocupado aquel cuerpo que me dijo que enseguida volvía. Delante del vacío a mi cuidado, una vieja canosa y jorobada no dejaba descansar su cuerpo, sacudido por un visible Parkinson. Comencé a ponerme nervioso, la idea de cuidar un lugar era extremadamente ambigua y falaz. No era lo mismo que si me hubiese dicho ¿me cuida al niño que ya vuelvo? o ¿me cuidás la bicicleta? Pero cuidar un lugar es como cuidarle el tiempo a alguien. No son cosas ni personas a las cuales uno está atento que no les pase nada ni desaparezcan por un descuido. ¿Cómo se cuida un lugar, cómo se cuida el tiempo? Esta señora me había puesto en un compromiso metafísico difícil de cumplir por difícil de determinar. Para colmo no tenía testigos del fraude proposicional, el señor del diario se hizo el sota y la vieja de adelante ni se enteró, en medio de su terremoto corporal y su sordera, visible en los monstruosos audífonos que salían de sus orejas.
La cola en el banco era larga y llevaba atascada varios minutos. Se sentía cómo el fastidio recorría la columna vertebral de la espera. La idea de que avanzara antes de que la señora ausente volviera me carcomía los nervios. ¿Qué haría con aquel lugar vacío que ya era un agujero negro que me tragaba produciéndome un vértigo espantoso? No podía moverlo conmigo. De hacerlo, desplazaría todo el espacio hacía adelante, con lo cual la cola, a pesar de moverse, permanecería en el mismo lugar.
Un hombre negro como el carbón y de cabellos blancos como la nieve pasaba el lampazo cerca de la cola y me miraba como a un loco. Seguramente escuchó lo que estaba pensando. Tengo la costumbre de pensar en voz alta. Me avergoncé un poco, pero cuando volví a mirar ya estaba más lejos, lanzándome miradas de reojo cada tanto.
Miré el reloj de la pared. Habían pasado apenas dos minutos. Pero los relojes mienten. Cuentan el tiempo con la mecánica de una marcha fascista. Para mi cronos interior habían pasado horas desde que la señora me dejó cuidando su lugar. Y el agujero negro seguía ahí, esperando ser determinado por un ser mundano al que le sudan las manos y se le torsiona el estómago. Pensé en irme y sumarle mi lugar vacío al de la señora, que ya nadie cuidaría, con lo cual quedaría anulado el problema y relajados mis nervios. Pero visualicé un nuevo desequilibrio en el orden del universo. La señora volvería, y al no verme, reclamaría su lugar al señor del diario y a la vieja sorda, estos interpretarían tal actitud como un intento de colarse, y se armaría flor de despelote gracias a mi comportamiento cobarde. Pero el verdadero desequilibrio, para ser honesto conmigo mismo, sería no pagar la boleta y seguir sin internet, Vade retro Satanás.
Me lamenté profundamente haberle dicho que sí. Sentí ese dolor de no poder volver hacia atrás para modificar una simple acción. Me imaginé atajando a la señora diciéndole disculpe pero no sé a lo que se refiere con eso de que le cuide el lugar, o, lo lamento pero no estoy capacitado para asumir tamaña responsabilidad, o tal vez aclarándole que no soy competente ni entendido en problemas metafísicos de esa envergadura. Pero así como no podía empujar hacia adelante el lugar de la señora, tampoco podía volver hacia atrás en el tiempo,  ya que de poder hacerlo anularía el conocimiento de los efectos de mis acciones, lo cual me determinaría a actuar de la misma manera. Maldita naturaleza del universo.
De repente la cola avanzó y volví al mundo cotidiano de la espera como si cayera por una montaña rusa. Apenas fueron un par de pasos que dio la vieja sorda. Para mí fueron dos abismos. No me atrevía a pisar o saltar el agujero negro dejado por la señora. Tampoco podía permitir que los demás pasaran por encima del lugar que yo estaba cuidando. Sentí a mis espaldas el crepitar de las hojas del diario y un resoplido cargado de mufa. Una multitud de miradas me taladraban la nuca y me empujaban con su impaciencia. Pude percibir cómo se asomaban las cabezas por ese pasillo de personas para ver por qué carajo la cola no avanzaba. Yo estaba paralizado mirando ese cono rojo que había dejado el negro canoso a mi izquierda, donde había limpiado. La cola volvió a avanzar y una ola de murmullos rompió sobre mí. ¿Qué pasa viejo? escuché decir al hombre del diario. Espere un momentito, le dije haciendo un gesto con mis manos para que no se moviera. Fui a buscar el cono, que tenía el dibujo de un hombre resbalando, y lo puse sobre el agujero negro que había dejado la señora a mi cuidado. Lancé una mirada general hacia atrás, y les comuniqué a todas aquellas caras fastidiosas que no pisaran allí. Sin esperar respuestas caminé hasta llegar a las espaldas de la vieja sorda, guardando la distancia debida. Miré el reloj. Ocho minutos. Empecé a sospechar del reloj, para mi cronos interior solo se habían deslizado un par de minutos. Ya sentía ganas de orinar.
Miré hacia atrás. Nadie había movido el cono. Lo pasaban de a uno con cuidado, como si fuera el lugar reservado de una persona. De alguna manera me sentía satisfecho, pero algo me seguía carcomiendo por dentro, la licencia que se había tomado la señora que me dejó el puesto de vigilante y de gil. Tenía ganas de ir al baño, pero ya faltaba poco, solo había tres personas delante de la vieja sorda, y la mecánica del tiempo ya contaba más de diez minutos de espera cuando sentí una leve alteración en la médula espinal de la cola, y como si hubiese visto un fantasma, un escalofrío me pinchó el cuerpo al ver llegar a la mujer, que con un tímido Gracias, se disponía a hacer posesión del lugar abandonado. Traía en sus manos varias bolsas de compras y se la notaba jocosa. Como yo no le hice lugar, me quedó mirando un rato, y media desconcertada me dijo:
-Yo estaba acá ¿te acordás?
-Discúlpeme pero ‘éste’ no era su lugar – le contesté muy tranquilo.
-¿Cómo que no? – sus ojos se abrieron de la sorpresa, mientras buscaba cómplices – Si yo te dije que me cuidaras el lugar…
-Sí, es verdad, pero ‘ÉSTE’ – recalqué señalando con el índice el piso – no es el lugar que usted me pidió que yo le cuide.
-¿Vos me estás cargando?
-No señora. Yo cumplí con mi palabra y le cuidé el lugar, que no es éste.
-¿Y cuál es? – Me preguntó visiblemente fastidiada.
Le pedí que me siguiera, y caminamos unos cuantos metros, con todas las personas incluidas linealmente, hasta llegar al cono.
-Éste es su lugar – le dije sacando el cono e invitándola a ocuparlo.
Las dos personas que estaban a ambos lados del cono nos miraron sin entender lo que pasaba, la señora tenía clavados sus ojos furiosos en mí, y yo, desentendiéndome de todas aquellas miradas, le dije a la señora: De nada. Cuando me di vuelta para volver a mi lugar en la cola escuché:
-¿Vos te pensás que yo soy pelotuda o qué?
Me volví sobre mis talones y la miré a los ojos.
-No la conozco tanto como para afirmarlo. – Contesté mientras volvía a poner el cono en su lugar al ver que la cola avanzaba y la señora se resistía a aceptar la realidad de las cosas.
-No. Seguramente vos sos de esos pelotudos sin sentido común.
-No me falte el respeto por favor. Usted me pidió que le cuide el lugar, y ahí está…
-O sea, me tomás de boluda.
-No señora. Mientras usted se fue de shopping y todos los pelotudos que estamos acá hacíamos la cola por usted, yo me ocupé de que nadie ocupara su lugar, valga la redundancia.
-Se supone que cuando alguien pide que le cuiden el lugar, el lugar es el que está entre esa persona y la de adelante, no el lugar donde apoyaba sus pies.
-Usted supone muchas cosas sin pensar. Si es como usted dice, entonces el lugar que ocupaba se tendría que mover junto con la cola, lo que provocaría que se moviese a la vez todo el espacio circundante y por ende la cola no avanzaría. Su lugar es ese, el mismo que dejó cuando se fue a pasear.
-¿Vos estás drogado o qué carajo te pasa?
La cola seguía avanzando y la gente nos miraba risueña, entretenida con una discusión metafísica vulgar.
-Haga lo que quiera señora, yo ya hice lo que tenía que hacer.
Me di media vuelta y caminé hacia mi lugar con la dificultad de una vejiga a punto de explotar. Detrás de mi venía la mujer bramando que claro que iba a hacer lo que quisiera, es decir, ocupar su lugar. Pero cuando llegué delante de la cola me di cuenta que ya no estaba ni la vieja sorda ni el señor del diario. Un hombre obeso, morocho y sudado esperaba con cara de fastidio. Le toqué el hombro con suma delicadeza y le dije:
-Disculpe, ¿pero acá no había un hombre leyendo un diario?
-No.
-Ah. Porque yo estaba delante de él.
-Y yo delante de él. – Dijo la señora sin perder tiempo y alzando la voz para que todos la escuchen.
-Acá no había ningún hombre leyendo el diario. – Recalcó secamente y sin mirarnos.
La señora se adelantó y lo increpó:
-Lo que pasa es que yo le pedí a este estúpido que me cuidara el lugar y cuando volví había puesto un cono por allá atrás y ahora resulta que la cola avanzó y la gente que teníamos adelante ya pasó…
-Qué macana doña.
-¡Macana las pelotas! – le gritó – Hace más de una hora que yo vine al banco y no voy a volver a hacer la cola…
-Pero salió del banco lo más pancha a hacer compras mientras la gilada le hacíamos la cola – Agregué ácidamente en un comentario dirigido a todo el Banco.
-¡Qué carajo te importa qué fui a hacer! ¡Todo esto es culpa tuya! – Me gritó mientras me golpeaba en un brazo con las bolsas de cartón.
Con semejante barullo no tardó en acercarse un hombre de seguridad y preguntar qué estaba pasando.
-Se quieren colar – Dijo el hombre obeso.
-Yo no me quiero colar imbécil, yo estaba acá…
-Señora va a tener que hacer la cola como todo el mundo – Sugirió amablemente el de seguridad.
Tras una larga discusión en donde la señora intentó explicar el mal entendido y yo intenté desarrollar la metafísica vulgar del espacio, el hombre de seguridad nos acompañó hasta el final de la cola escuchando con atención nuestros argumentos y mostrándonos amablemente nuestros nuevos lugares.
-Espero que sepan cuidar de estos. – Bromeó el hombre y se retiró.
Sin perder tiempo ante mi débil resignación me puse al final de la cola antes que la señora reaccionara. Se acercó despacio y se puso detrás de mí mientras me rezaba un rosario de insultos y maleficios. La cola avanzaba más rápido pero era mucho más larga que cuando yo había llegado. Dentro de mí la tensión de la espera me acercaba al umbral del dolor, sudaba y me retorcía mientras escuchaba por detrás la homilía de improperios y guarangadas que no se cansaba de proferir la mujer, haciendo cómplices a los que estaban detrás de ella. Me resistía a darme vuelta y tener que decírselo. Miré el reloj, el banco cerraría en diez minutos y diez minutos era demasiado, quien podría soportarlo. Miré hacia atrás, la cola cada vez era más larga, igual que los insultos. Tenía ganas de llorar. No aguantaba más, se lo tenía que pedir o reventaría de manera bochornosa. Sudado, pálido y tenso, me di vuelta y le imploré a la mujer:
-¿No me cuida el lugar que voy al baño y vengo?



La guerra del cemento


A nadie le gusta que por el fondo de su casa pase el tren. Por eso generalmente paralelo a las vías corren calles o avenidas, y si hay terrenos estos en su mayoría son baldíos, llenos de basura y ratas. En Villa Bosch un grupo de vecinos decidió hace muchos años desmalezar y limpiar un terreno baldío lindero a las vías, y crear una huerta comunitaria, donde hasta hace poco tiempo se dictaban talleres y cursos dedicados a la ecología de manera gratuita, y era un lugar de visita de colegios y jardines como una manera de generar una conciencia ecológica.
De la noche a la mañana, horario de trabajo de ladrones y zorros, los vecinos se encontraron con el lugar ocupado por policías Federales. Sin orden de desalojo y en medio de un silencio cómplice de juzgados y funcionarios municipales, se impide el acceso de manera ilegal a los vecinos y colaboradores de la huerta, sin dar explicación alguna.
El cuidado comunitario impidió que volviese la maleza, pero no así las ratas y basuras humanas. Estás ratas, ahora de traje y corbata y uniformes armados, se quieren robar el lugar para desarrollar emprendimientos inmobiliarios bajo la mascarada de políticas sociales. Lavado de dinero en lavarropas de obras públicas, “prebendas” y “dádivas” que financian “proyectos municipales”, letrados de la codicia enemigos de la vida y la paz.  Las Mafias del cemento y las Escrituras, asociados a las Mafias Políticas y protegidos por Mercenarios Federales, llevan adelante una guerra contra los espacios públicos y modos de vida que no fomenten el consumo y el sentido de la propiedad.
Dejar que esto ocurra y no hacer nada es ser como ellos. Apostemos a un futuro sin ellos. Apostemos al compromiso. Hagámosle saber que su voluntad no es la nuestra.


PAGA DIOS estuvo en el lugar de los hechos y rescató esta nota con los protagonistas y una telefónica con uno de los fundadores de la huerta, que nos cuenta de manera clara el nudo de la cuestión.