Dramaturgia política y Farmacología del discurso


Por Justo Laposta
Filosofista - Opinólogo

De la tilinguería a la tinellinguería
La tinellinguería argentina está hoy conmocionada por los conflictos políticos generados por los DNU firmados por la presidente. Con uno se crea el “Fondo del Bicentenario para el desendeudamiento y la estabilidad” (sic), con el otro se destituye de su cargo al presidente del  banco central por incumplimiento en sus deberes como funcionario público. El primero abre un gran debate con respecto a las reservas del banco central y el pago de duda externa. El segundo una indignación democrática, acusando al ejecutivo de una decisión autoritaria sobre tal destitución. Los medios de prensa imponen las temáticas y los conceptos sobre los cuales debe girar la discusión. La discusión mediática se pierde en cuestiones técnicas financieras, en peligros de embargos internacionales de fondos buitres, en cartas orgánicas del banco central, en la autarquía de dicho organismo, en el atropello autoritario del ejecutivo en estas cuestiones que no se zanjan en el congreso. Escuchamos hasta el hartazgo las mezquinas opiniones de columnistas y políticos opositores, el enanismo político de analistas de primer nivel, la pornografía hipócrita de demócratas de etiqueta e ideólogos de una patria abstracta.  La repetición y el contrapunto dialéctico desorientan cualquier intento de reflexión, y cualquier toma de posición resulta dudosa. Todo termina en el sinsentido o en una discusión tautológica. Mientras tanto, en los sótanos del poder, se negocia de espaldas el futuro de la nación.
La triste telenovela de Redrado es un pasatiempo para la chusma que le asusta pensar y prefiere la fotonovela. Mejor la papilla procesada por los medios que el trabajo de masticar y degustar por sí mismo. Así se nutren y crecen los ciudadanos sin soberanía que relinchan contra la patria. Son ese cansado ejército de cobardes que quieren que la revolución la hagan los otros al compás de las cacerolas.

Apología de la traición
Hay algo que me llama poderosamente la atención, y es la gran apología a la traición que se viene llevando a cabo desde el conflicto con la patronal del campo en marzo del 2008. En aquella oportunidad la resolución 125 fue vetada por el congreso mediante el desempate realizado por el vicepresidente Cobos. El presidente del senado, que tiene la función de representar al poder ejecutivo en la cámara alta, traiciona la voluntad del gobierno que él mismo integra, y se para de la vereda de enfrente. Este acto es ovacionado y honrado por todos los medios y la tinellinguería argentina. Luego, el villano ascendido a héroe, se abraza con los dirigentes de la mesa de enlace y teje alianzas con la peor laya de la politiquería de la oposición. El pueblo aplaude extasiado este gesto político que no lo beneficia en nada. Cobos resulta el nuevo paladín de la justicia, el gran héroe argentino que ha destrabado un duro conflicto entre el gobierno y los intereses de la sociedad rural. La sojización sigue en marcha. Como siempre, las penas son de nosotros, las vaquitas… siguen siendo ajenas. Por supuesto: “El futuro llegó, hace rato…”
Todavía se aplaude esta monstruosidad institucional, en donde el vicepresidente de la nación representa a la oposición política en nombre de la defensa de las instituciones democráticas. ¿Qué? ¿No es esto un disparate? ¿Por qué todos aplauden a este engendro político? ¿Será por despecho? La reacción social por el modo en que los Kirchner llevaron este asunto, más el odio intestino de muchos sectores poderosos, fueron canalizados por un sentimiento de victoria en la figura de Cobos. El malo que se convierte en bueno. El arrepentido que se revindica traicionando a los suyos. Una típica estructura dramática de una película holywoodense. El efecto natural de una tragedia resuelta: la catarsis emotiva. Como espectáculo es una tragicomedia, como realidad política, un género del absurdo.
Sea quién sea el que esté en el poder, ¿podemos aplaudir y legitimizar un acto de esta naturaleza? ¿No es una actitud despreciable avalar la traición por más que el traidor traicione al enemigo? ¿Podemos perdonar a Judas porque en realidad él tenía otras intenciones? ¿Qué altura política puede sostener la traición? ¿Qué tipo de voluntad es la que quiere la traición?  La traición proviene del odio y el resentimiento, de la impotencia que duele, es la forma vil de triunfar, es como disparar en el duelo a mitad de camino. La fuerza política que se consolida es la que le reza a San Judas, y quiere que todos nos postremos para adorar a este símbolo divino.  El evangelio de San Judas ya tiene fieles y fanáticos, y una poderosa iglesia mediática que convierte paganos con sus profetas del miedo y del odio.
Otro caso cercano en la historia fue el “Chacho” Álvarez, que renunció a la vicepresidencia como  cualquier funcionario que no está de acuerdo con las políticas de gobierno en las que participa. En este caso fue a la inversa, no traicionó al gobierno pero traicionó a los argentinos al desaparecer de la escena política in mutis. La cossa nostra instalada en los aparatos políticos y burocráticos, reproducen estas prácticas miserables que impiden alianzas para construir un proyecto nacional, con miras a demoler el monoblock de la mafia política.
Con Redrado tenemos otro fanático del evangelio. El libro del pueblo nos lo presenta como un patriota y un héroe. Que bajo dejarse engañar con tan poco. Un embajador del terrorismo financiero asustando con sus profecías a lo Carrió. Defendiendo con pasión nuestro sometimiento financiero, la estúpida idea de tener el tesoro en los barcos piratas. ¿Alguien le dejaría la billetera al almacenero para que se vaya cobrando? 
¿Por qué plantear las cosas en difícil? ¿Qué significa que el Banco Central debe ser autónomo de la política nacional? ¿Qué consecuencias tiene eso? ¿No es eso lo que está en juego, lo que no se quiere debatir? ¿Qué intereses perjudica? La política monetaria (Banco Central) está subordinada a la política económica (Poder Ejecutivo), y no al revés. Pero para algunas cuestiones (si no para todas) parece que la platita manda y la nación obedece. La verdadera cuestión queda eludida detrás de la farándula política. Todo el discurso de la oposición referido a la carta orgánica y al resguardo de las instituciones son guarangadas en boca de aquellos que no movieron un pelo cuando Menem en los 90 firmaba decretos que dejaban libre a los genocidas de la dictadura, entregaba nuestro patrimonio nacional y canjeaba deuda privada por más deuda pública. Tampoco levantaron la voz con el Megacanje de De La Rua que llevó al corralito y al robo de guante blanco que hicieron sobre los ahorros de la clase media. El silencio patriótico de los tres poderes es fraudulento. Ahora se rasgan las vestiduras y ponen el pecho por las instituciones democráticas. Parece que gritaran por dentro: ¡Déjenme robar a mi!

La responsabilidad externa
Cuando los políticos hablan de la deuda externa, enseguida aparecen palabras como responsabilidad, compromisos asumidos, legitimidad, ilegitimidad, etc. Nunca, ni una sola vez, aparece la palabra traición. Acá San Judas es santo de otra religión, de esa hecha a la medida de lactantes políticos. Ahí los traidores están en el altar y dan la ostia. Siempre son responsables con los estafadores foráneos y asumen su compromiso político por intereses ajenos. No sería utópico una Argentina grande y poderosa si se defendiera con la misma pasión nuestros intereses y se asumiera un compromiso ineludible e impostergable con nuestro futuro. No se trata de traicionar, sino de no traicionarnos, de no mentirnos. ¿Qué diríamos de una madre que no le da de comer a sus hijos porque paga la cuota de una heladera que no tiene? ¿Seríamos tan idiotas de pagar una deuda cuatro o cinco veces? ¿A nadie le llama la atención que mientras más pagamos más debemos? ¿Por qué las matemáticas no funcionan de la misma manera en el mundo financiero? ¿Hasta donde va a llegar la tolerancia?

Narcodemocracia
La democracia y sus narcóticos conceptuales lo perdonan todo, o lo disfrazan todo. Cuando los políticos ven en peligro los intereses que representan, y se ven incapacitados para actuar, sacan su vademécum ilustrado y distorsionan los hechos con un surrealismo discursivo que da risa. Los grandes entregadores de antaño se espantan ante el atropello del ejecutivo, y dan sermones sobre la inquisición democrática. Los que ponían el grito en el cielo cuando Nestor Kirchner deliraba con no pagar al FMI, ahora ponen en cuestión la legitimidad de la deuda. Los grandes ideólogos del neoliberalismo se asustan del gasto público y quieren un retorno de las políticas de ajuste. El gasto público distribuye hacia abajo. Los asnos llaman a esto clientelismo político y se asustan de este soborno social a cambio de votos. Como si el clientelismo político no existiera también hacia arriba,  repartiendo la riqueza entre los ricos y el poder entre los poderosos, a cambio de... bueno, acá con los votos no alcanza.
El oficialismo también hace bandera abstracta con sus discursos de progresismo nacional, de gobierno popular. Asistimos a una lucha ideológica promovida por el ejecutivo en donde se presenta como la opción nacional y popular en contraste con un pasado neoliberal antinacional. Este maniqueísmo prefabricado se ha convertido en un cliché de los Kirchner ante cualquier ataque o descalificación. Recurren a la memoria del miedo y promueven el resentimiento, construyen enemigos formales y levantan la bandera de la revolución frustrada. Una vez más, después de la crisis del 2001, con todas las condiciones dadas para la construcción de un verdadero proyecto nacional, nos encontramos en el poder con un staf de traidores y charlatanes. El personalismo político que se apropia de la política, el partidismo que se adueña de triunfos y causas nacionales, la pelea estúpida por intereses mezquinos, la demagogia barata que alucina hasta los más inteligentes. 
Parece que no hay políticos argentinos; o es el oficialismo o la oposición ¿Por qué oposición? ¿Por qué oponerse, impedir, destruir? Todas reacciones. Pasiones tristes que solo pueden construir malas alternativas. Se festeja la traición partidaria o ideológica simplemente porque se ejerce contra el gobierno. Esa actitud degenerada, ese sentimiento reaccionario que destruye cualquier proyecto de país, así este sea dudoso, es lo que reproduce constantemente la lastimosa política argentina que representa cualquier cosa antes que a los argentinos. Mejor equivocarnos entre todos, que destruirnos por intereses ajenos. Más vale fiscales políticos que opositores comprometidos con.
Todos hablan con la boca llena de democracia. ¿Pero qué es la democracia? ¿Es ir a votar? ¿Es poder elegir? ¿Elegir qué, un proyecto nacional, o propuestas mezquinas de candidatos mediáticos? ¿Es la representación de la voluntad popular? ¿Existe la representación de algo tan heterogéneo como “una” voluntad popular? ¿No es este otro lisérgico conceptual del que abusan los políticos en sobredosis inhumanas? Si hablamos de representación, ¿qué intereses se defienden en el congreso de la nación? No creo que haga falta contestar esta pregunta. 
Democracia significa que todos los ciudadanos gobiernan o participan del destino político de una nación. Para eso hace falta interés, capacidad, responsabilidad, pasión por la cosa pública. ¿Existe algo así hoy? Todos se sacan un problema de encima cuando van a votar, después es problema de los que gobiernan. Para criticar y blasfemar están todos, como si supieran lo que es estar en medio de una batalla política. Se relaciona democracia con elecciones “libres” y “libre expresión”, dos mentiras si pensamos qué se necesita para ser candidato a algo, y la libertad que tiene la prensa para mentirnos como quiere.
Teniendo en cuenta el uso y el abuso de esta sagrada palabra, la democracia es una palabra que no expresa ninguna realidad, es una formalidad que no tiene ningún contenido, una realidad política del siglo VI antes de cristo, para pequeñas ciudades griegas que manejaban sus asuntos. Hoy la democracia es un traje prestado que no sirve a nuestras necesidades e intereses, es pura pinta con un cuerpo viejo y reseco por dentro. Por eso muchas veces en nuestra historia se escucha la palabra autoritario o dictador como descalificación a presidentes que han querido ejercer el poder sin tanta pinta extranjera. La democracia sirve muchas veces para descalificar lo nacional y otras para legitimizar la servidumbre incondicional. Hay que tener mucho cuidado cuando se utiliza esta palabra, estamos mal acostumbrados a dejar hablar al ventrílocuo por nosotros.

Pedagogía de la desesperanza
Nos enseñan que la política es sucia y que los políticos son todos corruptos, los noticieros le hacen propaganda a la impunidad y a la traición, y se repite el padre nuestro de que esto no va a cambiar nunca. Se promueve así el desinterés y el monotonoteísmo político para dejar al país en manos de embajadores foráneos, de administradores sumisos, de técnicos de la miseria y la muerte, de apropiadores rapaces, de pedagogos coloniales y nacionalismos extranjeros. El fervor político quedó perdido en la historia, una generación arrasada por la dictadura, otra por el neoliberalismo democrático, la de hoy por el miedo y el desinterés. La mímica democrática de hoy es síntoma de un abismo intergeneracional, producto de una lobotomía en la conciencia política, que perdió su órgano nacional, su corazón revolucionario, su voluntad de futuro.



Nos acercamos al bicentenario, parece que nada hubiese cambiado en 200 años. Las mismas luchas ideológicas sin resolver, unitarios o federales, las esperanzas de revolución o los traidores que luego la historia viste de héroes. Vamos a festejar el colonialismo, la impotencia de construir una nación soberana. Todavía nos debemos un grito de libertad.

Desintoxiquémonos.

Raúl Scalabrini Ortiz - Pensamiento intempestivo nacional


Por Macedonio Meconio


El pensamiento intempestivo es aquel que va contra su época, el que mueve los cimientos del Status Quo, el que mira con ojos nuevos una realidad vieja en un mundo de “ciegos, que trafican luces sin brillo”. El pensador, el filósofo, el ensayista, tiene que ir contra su tiempo, porque su tiempo está atrapado en una historia hecha de mentiras, narrada por el monologuismo oficial, legitimada por los mandarines mediáticos, reproducida por los bufones políticos de la democracia.
Raúl Scalabrini Ortiz, junto a Arturo Jauretche, han sido los grandes pensadores de la Argentina. Intempestivos hasta los huesos, incorruptibles y sin concesiones, pero sobre todo consecuentes. Y como la historia manda, injustamente olvidados. No hay libro histórico ni facultad de filosofía que los enseñe. Las instituciones educativas solo reproducen verdades foráneas, y nos forman para traje de un solo talle, el importado of course. Por eso el imperativo es pensar en nacional, romper con el colonialismo pedagógico y cultural, que lleva al colonialismo político y económico, a la alucinación conceptual de teorías y recetarios hechos a la medida de intereses ajenos.
Raúl Scalabrini Ortiz fue uno de los grandes formadores de una conciencia nacional, un ideólogo nativo que nada tenía que envidiar a la inteligencia europea. Un gran hombre que allanó el camino para una nueva generación de políticos y ciudadanos, para que pudieran ver la verdadera Argentina, con sus verdaderos problemas, sus miserias, sus mentiras renovadas, sus estafas eternas, sus traiciones malditas; pero también su potencial energético, sus riquezas naturales, su valor humano, su misión de nación libre y soberana, su promesa de gran potencia en la región.
Luchó contra toda la miseria política de su época, denunció la deformación mediática de la prensa en contra de cualquier proyecto nacional, mostró como ninguno el sometimiento político y económico de nuestro país en manos del imperio anglonorteamericano. Pero su filosofía crítica también se dedico a construir, a señalar el camino y los medios que los argentinos teníamos para ser soberanos. Evidentemente la oligarquía reaccionaria y la burguesía antinacional se ocupó de sepultar cualquier proyecto político de esta laya. La dictadura militar del 76 se encargó de limpiar el país de esta conciencia nacional que estaba encarnada y lista para construir una política nueva y un país para todos. Los desaparecidos no fueron montoneros, fueron hijos de esa revolución que nunca terminó de gestarse.
Scalabrini Ortiz murió de cáncer, pobre, en el anonimato. Su país no lo recordó ni lo recuerda. Su país sigue en el mismo lugar donde estaba, porque no se lo recuerda, porque no se lo lee, porque hubo un genocidio de generaciones políticas nuevas, porque sus libros siguen tan vigentes hoy como ayer. Da pena leer apenas el prólogo de uno de sus libros y ver el mismo país que él quiso reformar.
Es hora de pensar, de ser intempestivos y radicales.

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Prólogo de "Política Británica en el Río de la Plata" (1936)
Por Raúl Scalabrini Ortiz

La economía es un método de auscultación de los pueblos. Ella nos da palabras específicas, experiencias anteriores resumidas, normas de orientación y procedimientos para palpar los órganos de esa entidad viva que se llama sociedad humana. En puridad, la economía se refiere exclusivamente a las cosas materiales de la vida: pesa y mide la producción de alimentos de materia prima, tasa las posibilidades adquisitivas, coteja los niveles de vida y capacidad productiva, enumera y determina los cauces de los intercambios y, en momentos de fatuidad, pretende pronosticar las alternativas futuras de la actividad humana. Pero la economía bien entendida es algo más. En sus síntesis numéricas laten, perfectamente presentes, las influencias más sutiles: las confluentes étnicas, las configuraciones geográficas, las variaciones climatéricas, las características psicológicas y hasta esa casi inasible pulsación que los pueblos tienen en su esperanza cuando menos. 

El alma de los pueblos brota de entre sus materialidades, así como el espíritu del hombre se enciende entre las inmundicias de sus vísceras. No hay posibilidad de un espíritu humano incorpóreo. Tampoco hay posibilidad de un espíritu nacional en una colectividad de hombres cuyos lazos económicos no están trenzados en un destino común. Todo hombre humano es el punto final de un fragmento de historia que termina en él, pero es al mismo tiempo una molécula inseparable del organismo económico de que forma parte. Y así enfocada, la economía se confunde con la realidad misma.
 

Temas para extraviar son todos los de la realidad americana. Esa realidad nos contiene, su calidad condiciona la nuestra. Somos un instante de su tiempo, un segmento de su espacio histórico. Ella delimita constantemente la posibilidad del esfuerzo individual. No podemos ser más inteligentes que nuestro medio sin ser perjudiciales a los que quisiéramos servir y a nosotros mismos. Valemos cuanto vale la realidad que nos circunda.
 

La realidad se anecdotiza incesantemente en nuestros actos y en nuestros pensamientos sin que la inteligencia americana se preocupe de consignarlos. Solemos referirnos a los pasados de América que se anotaron con trascendencia histórica, solemos hilvanar imaginerías sobre su porvenir, pero el instante vivo en que la historia se confecciona, sólo ha merecido desdén de la inteligencia americana que podía haberlos descrito. Y ésa es una de las grandes traiciones que la inteligencia americana cometió con América.
 

Cuatro siglos hacen ya que la sangre europea fue injertada en tierra americana. Tres siglos, por lo menos, que hay inteligencias americanas nacidas en América y alimentadas con sentimientos americanos, pero los documentos que narran la intimidad de la vida que esos hombres convivieron no se encontrarán, sino ocasionalmente, por ninguna parte.
 

Razas enteras fueron exterminadas, las praderas se poblaron. Las selvas vírgenes se explotaron y muchas se talaron criminalmente para siempre. La llamada civilización entró a sangre y fuego o en lentas tropas de carretas cantoras. El aborigen fue sustituido por inmigrantes. Éstos eran hechos enormes, objetivos, claros. La inteligencia americana nada vio, nada oyó, nada supo. Los americanos con facultades escribían tragedias al modo griego o disputaban sobre los exactos términos de las últimas doctrinas europeas. El hecho americano pasaba ignorado para todos. No tenía relatores, menos aún podía tener intérpretes y todavía menos conductores instruidos en los problemas que debían encarar.
 

Sin un contenido vital, las palabras que en Europa determinan una realidad, en América fueron una entelequia, cuando no una traición. El conocimiento preciso de la realidad fue suplantado por cuerpos de doctrina, parcialmente sabidos, que no habían nacido en nuestro suelo y dentro de los cuales nuestro medio no calzaba, ni por aptitudes, ni por posibilidades, ni por voluntad. La deliberación de las conveniencias prácticas fue reemplazada por antagonismos tan sin sentido que más parían antagonismos religiosos que políticos o intelectuales. En esas luchas personales o absurdamente doctrinarias se disipó la energía más viva y pura que hubiera podido animar a estas nacientes sociedades.
 

Los revolucionarios de 1810, por ejemplo, con exclusión de Mariano Moreno, adoptaron sin análisis las doctrinas corrientes en Europa y se adscribieron a un libre cambio suicida. No percibieron siquiera, esta idea tan simple: si España, que era una nación poderosa, recurrió a medidas restrictivas para mantener el dominio comercial del continente ¿cómo se defenderían de los riesgos de la excesiva libertad comercial estas inermes y balbuceantes repúblicas sudamericanas? Pero el manchesterismo estaba en auge y a su adopción ciega se le sacrificó todas las industrias locales.
 

América no estaba aislada. Fuerzas terriblemente pujantes, astutas y codiciosas nos rodeaban. Ellas sabían amenazar y tentar, intimidar y sobornar, simultáneamente. El imperialismo económico encontró aquí campo franco. Bajo su perniciosa influencia estamos en un marasmo que puede ser letal. Todo lo que nos rodea es falso o irreal. Es falsa la historia que nos enseñaron. Falsas las creencias económicas con que nos imbuyeron. Falsas las perspectivas mundiales que nos presentan y las disyuntivas políticas que nos ofrecen. Irreales las libertades que los textos aseguran. Este libro no es más que un ejemplo de alguna de esas falsías.
 

Volver a la realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer saber exactamente cómo somos. Bajo espejismos tentadores y frases que acarician nuestra vanidad para adormecernos, se oculta la penosa realidad americana. Ella es a veces dolorosa, pero es el único cimiento incorruptible en que pueden fundarse pensamientos sólidos y esperanzas capaces de resistir a las más enervantes tentaciones. Desgraciadamente, es difícil aprehender con seguridad a nuestro país. Hay que darlo por presente en las meras palabras que lo denominan o en los símbolos que lo alegorizan. O ser extremadamente sutil para asir entre lo ajeno y lo corrompido esa materia finísima, impalpable casi e incorruptible que es nuestro espíritu, el espíritu de la muchedumbre argentina: venero único de nuestra probabilidad.
 

Todo lo material, todo lo venal, transmisible o reproductivo es extranjero o está sometido a la hegemonía financiera extranjera. Extranjeros son los medios de transportes y de movilidad. Extranjeras las organizaciones de comercialización y de industrialización de los productos del país. Extranjeros los productores de energía, las usinas de luz y gas. Bajo el dominio extranjero están los medios internos de cambio, la distribución del crédito, el régimen bancario. Extranjero es una gran parte del capital hipotecario y extranjeros son en increíble proporción los accionistas de las sociedades anónimas.
 

Hay quienes dicen que es patriótico disimular esa lacra fundamental de la patria, que denunciar esa conformidad monstruosa es difundir el desaliento y corroer la ligazón espiritual de los argentinos, que para subsistir requiere el sostén del optimismo.
 

Rechazamos ese optimismo como una complicidad más, tramada en contra del país. El disimulo de los males que nos asuelan es una puerta de escape que se abre a una vía que termina en la prevariación, porque ese optimismo falaz oculta un descreimiento que es criminal en los hombres dirigentes: el descreimiento en las reservas intelectuales, morales y espirituales del pueblo argentino.
 

No es un impulso moral el que anima estas palabras. Es un impulso político. Cuando los estados Unidos de Norte América se erigieron en nación independiente, Inglaterra, vencida, parecía hundirse en la categoría oscura de una nación de segundo orden, y fue la energía ejemplar de William Pitt la salvadora de su prestigio y de su temple. Decía Pitt: "Examinemos lo que aún nos queda con un coraje viril y resoluto. Los quebrantos de los individuos y de los reinos quedan reparados en más de la mitad cuando se los enfrenta abiertamente y se los estudia con decidida verdad". Ésa es la norma de este libro.




Fuente: www.elortiba.org