Filosofista - Opinólogo
Aunque usted no lo
crea. Y la verdad que es de no creer, pero la verdad se impone, aunque nos
resistamos. Acostumbrados a que los políticos nos mientan y se rían de nosotros
a nuestras espaldas, hoy ya no es necesario, la mentira es tan grande que ya no
se puede tapar ni trasvestir. Nos tenemos que resignar a que las cosas sean
como son, a que la historia se repita siempre de la misma manera aunque nos
digan que la están transformando.
La presidenta Cristina
Fernandez de Kirchner reconoció que los bancos allá por el 2001 le robaron a
los argentinos sus ahorros en dólares, luego de haber desfalcado a la Argentina
con operaciones financieras conocidas como Canje, Megacanje y Blindaje. Con el
país en llamas, el nuevo y flamante presidente Eduardo Duhalde junto a Roberto
Lavagna, ministro de economía, lanzaron el Boden 2012 para compensar a todos
los ahorristas timados, “El que depositó
dólares, recibirá dólares”, dijo el cabezón en su discurso de asunción. Lo
cierto es que recibieron bonos, y como era de esperar, gran parte de los
damnificados se deshicieron de ellos, en medio de un país en crisis económica y
política. Los bancos y financieras les compraron estos bonos a precio vil. Para
cuando habían salido no cotizaban a más de un 30 por ciento de su valor nominal.
Es lo que hay, como se suele decir, y es preferible pájaro en mano que cien
volando.
Hoy, 3 de agosto de
2012, diez años después, se paga la última cuota y se salda la deuda. Al erario
público le significó casi unos 20 mil millones de dólares entre capital e
intereses pagados. El 80 por ciento de esos títulos están en manos de bancos
extranjeros, esos mismos que se robaron los dólares hace 10 años atrás, y hoy
hacen un tremendo negocio cobrando un bono que cotizó un 130 por ciento. Como
se suele decir en la jerga delictiva, nos hicieron la segunda. Los ladrones se
quedaron con la compensación de las víctimas. “¡Que fantástico negocio, dos veces se quedaron con la plata de los
argentinos!”, dijo la presidenta en su discurso en la bolsa de comercio de
Buenos Aires. Lo dijo con una mezcla de admiración y envidia. Ella y su difunto
marido también hicieron un fantástico negocio desde que están en el poder.
La pregunta que nos
tendríamos que hacer todos es por qué los delincuentes señalados no están
presos, y cómo es posible que el estado argentino liquide esos bonos sabiendo
que los tenedores son esos mismos delincuentes. Es un fantástico negocio porque
así fue orquestado, y nuestra excelentísima señora presidenta así lo reconoce.
Así lo dijo, los mismos ladrones nos robaron dos veces, y muchos argentinos que
nunca vieron ni van a tener un dólar, tuvieron que pagar una deuda en dólares
por delitos que al poder político no le parece tan importantes. Jamás se les
exigió a los bancos que devolvieran lo robado, a pesar de que fue un sector con
ganancias siderales durante el kirchnerismo.
La presidenta se
lamenta con resignación de raquítico, para luego inflar su pecho de orgullo
porque somos un país, que a pesar de todo, cumple con sus obligaciones. Y en
ese a pesar de todo está nuestra vergüenza, nuestro jibarismo, nuestra moral de
esclavos. Estamos obligados a pagar, no importa cuan grande sea la estafa,
estamos obligados. Y en ese deber a pesar
de todo está nuestra debilidad.
Si pensamos en lo
simple y transparente que fue la estafa, nuestros funcionarios tienen el nivel
intelectual de un retrasado mental con un cucurucho pegado a la frente, como
para no haberse dado cuenta. Pero como a simple ojos vista no son retardados,
ni mongoloides, lo más probable es que sean cómplices cipayos de intereses
foráneos.
“Sin deuda somos más libres”, reza la leyenda que colocó Hernán
Lorenzino en el ministerio de economía, debajo de un reloj en cuenta regresiva.
Es la cuenta regresiva de lo poco que nos queda de soberanía económica,
política, cultural, mental. El cinismo político de este gobierno no tiene
parangón con ningún otro. Pensar que las petroleras inglesas se están
financiando con los ahorros de los argentinos para extraer petróleo de nuestras
islas, mientras Cristina Fernandez es ovacionada por su compromiso indeclinable
a la entrega absoluta de nuestra pálida y fantasmagórica soberanía, da un asco
y una indignación que duele. El coro de aplaudidores y obsecuentes de siempre
que siembran la tribuna del circo peronacho, le dan clima de fiesta y jolgorio
a la entrega traicionera.
Los esclavos y servidores del imperio se divierten con
orgullo mientras tiran manteca al techo y cuentan las ganancias de su labor
delictiva. Otros festejan la libertad soberana agitando banderitas desteñidas y
llorando con los goles de la selección, mientras se ahorcan con la tarjeta de
crédito y sueñan con el auto cero kilómetro. Otros muchos, los más, son
espectros de un país prometido que nadie concreta, y que en esa esperanza de
pobre diablo sobrevive día a día, en un mundo en donde se ha extraviado la
humanidad de los hombres.