El fetiche solidario

Nietzsche Guevara
Revolucionario Bohemio






Es impresionante como funciona el marketing de valores en las grandes cadenas informativas. Convirtiendo virtudes en mercancías que se pueden adquirir en el mercado de los desastres y las tragedias. Haciendo de las acciones nobles un fetiche social que todos quieren comprar para sentir la refrescante conciencia tranquila de la frivolidad moral.
Las grandes tragedias, como las últimas inundaciones por ejemplo, ponen a prueba la integridad, la salud y la fuerza de una sociedad. No quedan dudas de la solidaridad de los argentinos ante los grandes desastres. Los medios se encargan de saturarnos de imágenes, informes y datos al respecto. Donaciones, voluntarios, organización espontánea. Un síntoma, más del deterioro institucional y el fracaso político, que de la excelencia moral ciudadana. De hecho la solidaridad no es una virtud y no tiene ningún valor moral en sí. Es más un estado de ánimo, “la desgracia de uno es la desgracia de todos”. Es más una situación de hecho en una comunidad de intereses con una historia en común. Los nazis eran solidarios entre sí, la mafia funciona a través de una red solidaria; también las dictaduras, los imperios, las pequeñas comunidades de amigos. Por eso no es una virtud, porque la comparten héroes y villanos. En todo caso la generosidad es una virtud, la virtud del don. La solidaridad es demasiado interesada, demasiado virtual. Es egoísmo bien entendido o generosidad mal entendida.
Para que se entienda vamos con un ejemplo. Te van a presentar a alguien y te adelantan que es una persona generosa, valiente, sincera y dulce (y por qué no, divertida). Suena interesante. Ahora si te dicen que es una persona solidaria… Suena sospechoso. ¿Solidaria? ¿Con quién? ¿Por qué? ¿Qué intereses la mueven?
Lo mismo nos tendríamos que preguntar cuando vemos la saturación de propaganda solidaria en los noticieros, la exaltación y santificación de este pseudovalor que pretende esconder la basura debajo de la alfombra y hacernos sentir como los tres mosqueteros en medio de la desgracia. Y en la fijación que produce el fetiche solidario se empujan y se pelean por salir en cámara políticos de cualquier signo que quieren ser protagonistas de la farsa moral. Vuelven corriendo de sus vacaciones para delatar culpas ajenas. Responsabilizan a Dios por todos los daños y juran haber hecho lo que estuvo a su alcance. Pero gracias a la solidaridad del pueblo argentino y bla bla bla.   
Con esto no pretendo decir que la solidaridad no sirve para nada, todo lo contrario, sin ella estaríamos en el peor de los mundos posibles, es la que nos permite ser una sociedad y no una multitud.
Solidario y solitario se parecen, y es porque en las peores desgracias es cuando más solos nos sentimos. El solitario se solidariza para evitar el “sálvese quién pueda”, que es la máxima distintiva de la mafia política. En algo nos tenemos que diferenciar.
Sin embargo es necesaria la deconstrucción de este concepto que nos venden como desodorante en los medios de descomunicación. ¿La solidaridad nos hace mejores, nos hace más fuertes, o por el contrario nos debilita y nos deja en manos de los delincuentes públicos de turno? Somos solidarios, pacíficos y tolerantes, dice la propaganda institucionalizada. ¿Qué tipo de sociedad es esta? ¿Qué diferencia hay con las vacas o cualquier tipo de rebaño?
Las virtudes se sustraen a la lógica de intercambio. No te las pueden vender por televisión. No las podés comprar con un barato gesto de limosna. Ojo con esta cultura de mendigos y verdugos que fagocita el futuro con valores de ojalata. Cuidado con el confort moral de las pequeñas acciones que no producen grandes cambios. Porque la solidaridad deja las cosas tal cual están.