Dentro de 3 días se cumplirán 200 años de la
declaración de la independencia. Los cucos sentimos que no hay nada que
festejar. No con un gobierno que el día de la memoria invita al presidente de
los Estados Unidos y el día de la independencia lo sienta al rey de España en
la casa de Tucumán, casi como un pedido de disculpas por el atrevimiento
histórico de haber querido negar nuestro destino colonial o reconstruir una
memoria hecha pedazos. Escucharemos discursos fríos y almidonados sobre la
Patria y biografías nivel escolar sobre los libertadores. Estos nativos venales
seguirán el protocolo oficial a pesar de que desprecian lo autóctono y popular
del asunto; en el fondo sueñan con ser ejemplares súbditos del rey.
Así como Rivadavia y compañía traicionaron a los
libertadores y promotores de una Patria Grande, para consolidar una factoría
agroexportadora y ser adoptados por una nueva madre patria que nos abriera las
puertas de la civilización, hoy la puñalada traicionera vino de mano del
pueblo, que eligió en las urnas a esa oligarquía histórica, promotora de una
patria chica, muy chiquita, en donde no hay lugar para todos.
200 años de historia pasaron ¿y no pudimos construir
nada mejor que esto? Ahí están, los mismos cobardes y delincuentes en el poder,
los mismos terratenientes y ganaderos alimentando barato al primer mundo, los
mismos miserables en el Congreso abalando el saqueo y la miseria en nombre de
un sinceramiento de elite corporativa, ahí está la misma prensa cómplice que no
le importa escribir con sangre nuestro epitafio colonial.
Somos como la selección de fútbol. Tenemos a los
mejores, llegamos a las instancias definitivas, pero en la final no metemos un
gol, y el mejor de nosotros manda la pelota a la tribuna en un penal decisivo.
No podemos levantar una copa, no creemos en nosotros mismos. Y cuando parece
que lo vamos a lograr todo se derrumba.
Hay un cuento de Julio Cortázar que quizás define un
poco nuestra idiosincrasia: Casa Tomada. Una casa grande y cómoda para una
pareja de hermanos que viven de la renta del campo. Despreocupados, rutinarios.
Hasta que un día le ocupan la parte de atrás. No importa, cierra la puerta del
pasillo con llave, la vida continua a pesar de todo. Tratan de olvidarlo, de
hacer como que no pasó nada. Ella teje, él revisa colecciones de estampillas de
su padre. Así estaban bien, y poco a poco empezaron a no pensar. “Se puede
vivir sin pensar”, dice él.
Así nos convencen todos los días a nosotros, se puede
vivir sin pensar. Los delincuentes que tomaron la casa entrando por la puerta
trasera, vienen a cobrar la hipoteca que mamá derrochó en una fiesta popular,
esa ilusión y alucinación que tarde o temprano se paga muy caro. Mientras nos
hacen sentir el olor sucio de la guita de la corrupción, destruyen políticas de
Estado vía decretos, achicando así el Estado a tal velocidad, que cuando se nos
ocurra reaccionar ya estaremos afuera, como los protagonistas del cuento, que
una vez que se quedan en la calle, con una estúpida resignación cierran la
puerta con llave y la tiran a la alcantarilla, no sea que a algún pobre diablo
se le ocurra robar y se meta en la casa,
a esa hora, y con la casa tomada.
Editorial para EL NIDO DEL CUCO
6 de Julio de 2016
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