-En
circunstancias apropiadas un productor podría hacer más dinero con un fracaso
que con un éxito, – le dice casi sin darse cuenta Leo Bloom, el contador, al
fracasado productor teatral Max Bialystock. - Usted puede pedir a los
inversores un millón de dólares, gastar cien mil, y guardarse el resto.
En
este ínfimo diálogo de la grandiosa comedia musical de Mel Brooks, The
Producers, está concentrada, como un elefante en un dedal, una idea poderosa. Fijémonos
sino en los ingredientes de la trama:
La
primera tarea de los nuevos socios es encontrar la peor obra teatral jamás
escrita que garantice un fracaso la misma noche del estreno. La obra elegida es
“Primavera para Hitler”, un auténtico despropósito, una oda al Führer firmada
por un trastornado autor neonazi. Lo segundo es contratar al más fracasado
Director teatral que pueda haber y un elenco de malísimos actores. Con los
derechos de la peor obra jamás escrita y un contrato firmado por el director
más desastroso de Broadway, Max y Leo regresan triunfantes a su oficina. El
último paso es conseguir dos millones de dólares de los inversores y Max lo
logra fácilmente seduciendo a todas las ancianitas adineradas de Nueva York.
La
trama es tan poderosa que no solo es la acción de la obra, sino que es la idea
que mueve el mundo financiero hace muchísimos años: Las fortunas se hacen con
grandes fracasos. “La guita no la hizo laburando”, solemos decir de cualquier
millonario. Y sí, es así. No sabemos si la verdadera intención de Mel Brooks
fue hacer una simple y disparatada comedia musical, o una crítica del
capitalismo financiero. Quizás sea una mezcla de las dos cosas.
¿No
les recuerda a algo esta comedia musical? ¿No les resulta familiar esta
disparatada trama?
Bueno,
usemos el mismo argumento como una alegoría de nuestro propio presente de la
siguiente manera: los argentinos estamos asistiendo a la peor obra teatral
jamás escrita, y sabemos que es un fracaso rotundo porque ya vimos varias obras
parecidas. No tendríamos ningún problema en titularla “Primavera para Hitler”,
porque sabemos que está pergeñada por una
banda trastornada de autores neonazis. Está de más decir que para llevarla a
cabo contrataron al peor y más desastroso director que podía haber en nuestros
pagos, el más Gato de todos, el más inepto y venal, junto al peor elenco de
actores de los últimos 50 años. Con este combo explosivo salieron a buscar
inversores, ancianitas adineradas del norte, que fueron seducidas fácilmente,
porque el negocio era redondo y con cero riesgos.
Bueno,
parece que la trama funciona. Mel Brooks es un genio. Pero lamentablemente esto
no es una comedia musical, estamos hablando de la vida de millones de personas
y del futuro de otros tantos millones. No hay dudas que esta patética obra será
un fracaso trágico, trágico para todos los argentinos, y un éxito millonario
para una minoría de elite. No hay dudas de que se repartirán las inversiones
que nunca se invirtieron y nos dejaran las deudas que nunca se terminarán de
pagar. No hay dudas, nadie irá preso.
Sin
embargo hay algo muy curioso y más difícil de explicar: cómo es posible que el
público siga pagando la entrada a un espectáculo que es un fracaso asegurado de
ante mano, la peor obra jamás montada, que a su vez es una burda adaptación de
otros fracasos. Una obra macabra, con un poder de daño tremendo, en donde una
vez que caiga el telón no se oirán aplausos ni risas, ni siquiera habrá actores
ni directores ni guionistas que salgan a dar la cara ante tremendo fraude. La
culpa será nuestra como siempre, porque como se suele repetir, tenemos los
gobiernos que nos merecemos.
Mientras
tanto, y a pesar de todo, señoras y señores, el show debe continuar…
Editorial
El Nido del Cuco
16 de Noviembre
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