Macedonio Meconio - El arte de pensar el arte



La filosofía y la música


El filósofo no solo es un pensador, también es un artista, un creador; pero no puede lo que el músico: llegar a la esencia misma de las cosas de forma directa. El filósofo depende del lenguaje de las ideas y los conceptos, muestra de forma indirecta. La música es un lenguaje directo, hay una conexión inmediata con su ser. Pero sin embargo cuando nos preguntamos qué es o qué nos quiere decir, nos encontramos en un problema. Se cuenta que cuando un conocido músico terminó de tocar su piano alguién le preguntó qué significaba eso, él como simple respuesta se sentó y tocó nuevamente. ¿Cómo explicar entonces qué es la música?. En la música hay algo de inexpresable pero sabido, es extremadamente extraña su familiaridad. La música nos pierde, nos eleva a experiencias intransmisibles o nos deja suspendidos sobre abismos. Pero también nos conecta con lo más propiamente humano: cuando suena la música el hombre baila y se siente dios, es feliz, liviano, inocente. Por eso dijo Nietzsche: "La vida sin música sería un error". Su maestro Schopenhauer, otro melómano, ya había hecho su intento de pensar lo imposible. Sus pensamientos sobre lo que significa la música son producto de una prodigiosa sensibilidad. Rescatarlos es casi un deber. Pensarlos y sentirlos una obligación.

Aquí unos fragmentos de su pensamiento.




***


Arthur Schopenhauer

La música no expresa nunca el fenómeno, sino únicamente la esencia íntima, el en sí de todo fenómeno; en una palabra, la voluntad misma. Por eso no expresa tal alegría especial o definida, tales o cuales tristezas, tal dolor, tal espanto, tal arrebato, tal placer, tal sosiego de espíritu, sino la misma alegría, la tristeza, el dolor, el espanto, los arrebatos, el placer, el sosiego del alma. No expresa más que la esencia abstracta y general, fuera de todo motivo y de toda circunstancia. Y sin embargo, sabemos comprenderla perfectamente en esta quinta esencia abstracta.

La invención de la melodía, el descubrimiento de todos los más hondos secretos de la voluntad y de la sensibilidad humana es obra del genio. La acción del genio es allí más visible que en cualquier otra parte, más irreflexiva, más libre de intención consciente; es una verdadera inspiración. La idea, es decir, el conocimiento preconcebido de las cosas abstractas y positivas, es aquí absolutamente estéril, como en todas las artes. El compositor revela la esencia más íntima del mundo y expresa la sabiduría más profunda en una lengua que su corazón no comprende; lo mismo que una sonámbula da luminosas respuestas acerca de las cosas que no tiene conocimiento ninguno cuando está despierta.

Lo que hay de íntimo e inexpresable en toda música, lo que nos da la visión rápida y pasajera de un paraíso a la vez familiar e inaccesible, que comprendemos y no obstante no podríamos explicar, es que presta voz a las profundas y sordas agitaciones de nuestro ser, fuera de toda realidad, y por consiguiente, sin sufrimiento.

Así como hay en nosotros dos disposiciones esenciales del sentimiento, la alegría y la aflicción, o por lo menos la melancolía, así también la música tiene dos tonalidades generales correspondientes, mayor y menor, el sostenido y el bemol, y casi siempre está en la una o en la otra. Pero, en verdad, ¿no es extraordinario que haya un signo para expresar el dolor, sin ser doloroso físicamente ni siquiera por convención, y sin embargo, tan expresivo que nadie puede equivocarse, el bemol? Por esto puede medirse hasta qué profundidad penetra la música en la Naturaleza íntima del hombre y de las cosas.
En los pueblos de norte, cuya vida está sujeta a duras condiciones, sobre todo en los rusos, domina el bemol hasta en la música de iglesia.
El allegro en bemol es muy frecuente en la música francesa y muy característico. Es como si alguien se pusiera a bailar con unos zapatos que le hacen daño.

Las frases cortas y claras de la música de baile; de aires rápidos, sólo parecen hablar de una felicidad vulgar, fácil de conseguir. Por el contrario, el allegro maestoso, con sus grandes frases, sus anchas avenidas, sus largos rodeos, expresa un esfuerzo grande y noble hacia un fin lejano, que se concluye por alcanzar. El adagio nos habla de los sufrimientos de un grande y noble esfuerzo que menosprecia todo regocijo mezquino. Pero lo más sorprendente es el efecto del bemol y del sostenido. ¿No es asombroso que el cambio de un semitono, la introducción de una tercera menor en lugar de una tercera mayor, dé en seguida una sensación inevitable de pena y de inquietud, de la cual nos libra inmediatamente el sostenido? El adagio en bemol se eleva hasta la expresión del más profundo dolor, se convierte en una queja desgarradora.

Una sinfonía de Beethoven nos descubre un orden maravilloso bajo un desorden aparente. Es como un combate encarnizado, que un instante después se resuelve en un hermoso acorde. Es el rerum concordia discors (adecuación del discurso con la cosa) una imagen fiel y completa de la esencia de este mundo, que rueda a través del espacio sin premura y sin descanso, en un tumulto de formas sin número que se desvanecen sin cesar. Pero al mismo tiempo, a través de la sinfonía, hablan todas las pasiones y todas las emociones humanas, alegría, tristeza, amor, odio, espanto, esperanza, con matices infinitos, y sin embargo, enteramente abstractos, sin nada que los distinga unos de otros con claridad. Es una forma sin materia, como un mundo de espíritus aéreos.

Después de haber meditado largo tiempo acerca de la esencia de la música, les recomiendo el goce de este arte como el más exquisito de todos. No hay ninguno que obre más directa y hondamente, porque no hay ningún otro que revele más directa y hondamente la verdadera naturaleza del mundo. Escuchar grandes y hermosas armonías es como un baño del alma; purifica de toda mancha, de todo lo malo y mezquino, eleva al hombre y lo pone de acuerdo con los más nobles pensamientos de que es capaz, y entonces comprende con claridad todo lo que vale, o más bien, todo lo que pudiera valer.

Cuando oigo música, mi imaginación juega a menudo con la idea de que la vida de todos los hombres, y la mía propia, no son más que sueños de un espíritu eterno, buenos o malos sueños; de que cada muerte es un despertar.




***


Ahora solo queda escuchar, sentir. Elijo el segundo movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven porque me parece la música más acertada para pensar en esto, para sentir aquello que nos toca. Si se animan, opinen si este sabio alemán estaba en lo cierto...


No hay comentarios:

Publicar un comentario