Síndrome de Estocolmo


Acá todo está bien mientras el vaso esté medio lleno y nadie tenga nada que no se merezca. Pero el carnaval terminó en un corso de globos y confeti dirigido por pastores de la alegría y revolucionarios oligarcas.
Y cuando se pasa la curda del odio suenan las campanas, se acaba la magia y ahí está la calabaza y los tres ratones. Ahí recién nos damos cuenta que compramos una moral de esclavos, sumidos en un síndrome de Estocolmo social que llevó al trono al amo más foráneo de todos. Se eligió un amo, no un líder, y ganó el resentimiento de una minoría de vándalos venales.
Siempre a contramano del mundo, elegimos con qué calibre nos vamos a pegar un tiro. La indigencia política desfilará una vez más por tv dando lástima, y nos tragaremos la vergüenza ajena que nos devuelve ese espejo. Un Estado descremado mostrará su esqueleto anoréxico y le pedirá la extremaunción al Papa. En el Bingo del fondo se jugarán lo que queda a la rula y nuestros hijos nacerán esclavos. El país gerenciado hará una convocatoria de acreedores, y estos repartirán el cadáver entre buitres obesos que tienen tiempo y se comerán una vez más el futuro. Los viejos profetas sentenciarán que hay que cumplir con nuestras obligaciones y entregarán en el altar del sacrificio un nuevo holocausto de marginales. Mientras tanto la popular aplaude y festeja los goles del rival, para luego volver a sus cárceles de media clase y aplacar el miedo de perder lo poco que tienen lustrando sus cadenas y anhelando candados más grandes. También fuman grandes dosis de mentiras liadas en papel de diario y bajonean letanías hipnóticas de magia negra.
Otra vez el odio derrama hacia abajo y los caníbales promueven un ideal vegetariano. Los zombis quieren una revolución sin cerebros mientras los peones sueñan con comerse al capataz. Y así atrasa el tiempo…

El reloj atrasa cuarenta años, y será tarde volver al futuro cuando alguien nos diga en cadena nacional que el futuro llegó hace rato.

No hay comentarios:

Publicar un comentario