Reos de la propiedad



Hay grietas más viejas que la de ser K o anti K. Hay una que divide a las personas entre delincuentes y ciudadanos. Pero ojo que cuando hablamos de delincuentes no nos referimos a financistas, funcionarios o narcotraficantes, sino más bien al ratero común y corriente, que a pesar de ser menos peligroso que los anteriormente enumerados, son una amenaza siempre latente y cercana a la propiedad y seguridad del vecino. Los grandes medios de comunicación hicieron un trabajo fino y maquiavélico durante décadas para que esa grieta sea un abismo infranqueable, instalando el tema de la inseguridad como uno de los más graves problemas que sufría la población. Destacó la total indiferencia o ineptitud de parte de distintos gobiernos para resolver el problema, para que renglón seguido apareciesen los apologistas de la mano dura, la baja de edad de imputabilidad, la pena de muerte o en última instancia la justicia por mano propia. En 1990 el caso Santos dividió las aguas, y no fue casualidad ni ingenuidad que lo bautizaran El Justiciero. Hay un deseo profundo en gran parte de la clase media argentina de ser un Charles Bronson o un Sledge Hammer. Sueñan con ser un justiciero que mata rateros o un policía violento al margen de la ley.
Hay una falsa idea inoculada en el sentido común de que la inseguridad es producto del exceso de garantías y derechos que tienen los delincuentes, que entran por una puerta y salen por la otra, o de la falta de un castigo ejemplar que haga recapacitar al bandido antes de cometer un delito, por ejemplo la pena de muerte. Sin embargo las estadísticas demuestran que en los países o Estados donde se aplica la pena máxima, los delitos y asesinatos no han disminuido, y también dejan en claro que los condenados son en su mayoría negros y pobres. Tampoco es verdad que haya exceso de garantías, sino en todo caso, que cuando no las hay se gobierna de facto o se violan los derechos humanos.
Hoy resurge la polémica con el caso del médico que mató al ladrón en extrañas circunstancias. Los periodistas, si es que se les puede llamar así, se frotan las manos y con los ojos en blanco, arrebatados por un éxtasis de fachismo místico, vierten su doxa venenosa sobre el sistema nervioso del medio pelo argentino, que inmediatamente se identifica con el médico y justifica su reacción como una legítima defensa. “Si salís calzado podés ganar o perder”, dijo un pseudo-periodista refiriéndose al delincuente. Pero esa máxima, aunque no lo advierta,  vale para ambos.
La pregunta es ¿qué es lo que está en juego? En última instancia lo que se defiende es la propiedad privada y la dignidad de un trabajador hecho y derecho, que todo lo que tiene lo hizo rompiéndose el culo trabajando, porque esos son los valores con los que lo educaron sus padres, para que un negro vago se lo venga a arrebatar sin más esfuerzo que empuñar un arma. Pura mierda de clase media que lustra su dignidad con valores conservadores y mira de reojo a los menos afortunados. Se creen más porque tienen más. Ser es tener, lo dice cualquier publicidad. Y de esta forma el señor propietario es poseído por las cosas, que valen más que la vida de un nadie. Así viven, cautivos del miedo.
La culpa tarde o temprano clava su aguijón, porque todos saben que lo que a uno le sobra es lo que a otro le falta. La tremenda desigualdad de recursos y oportunidades que es inherente al sistema capitalista propicia una guerra sin cuartel entre los que sostienen la pirámide. Una guerra que alimenta a los más ricos y a un sistema perverso de poder. Ni la mano dura, ni la pena de muerte, ni los justicieros solucionan las desigualdades del sistema. Mientras los pibes chorros matan en las calles o mueren en las cárceles, los hijos de la clase media se ahogan en alcohol y drogas, y muchas veces matan al volante. La Justicia, que siempre tiene los ojos vendados, deja libres a unos y condena a otros, porque no hay peor atentado que el que se hace contra la propiedad privada.

Vivir, en definitiva y como dijo el poeta, vivir solo cuesta vida. 

Editorial

El Nido del Cuco

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